Durante tres días, patrullas, voluntarios y equipos caninos peinaron el área casa por casa. Agentes controlaban accesos, revisaban vehículos y preguntaban una y otra vez por cualquier detalle. Cayce se convirtió en un mapa de cuadrículas y linternas, en una carrera contra reloj por una niña que parecía haberse desvanecido a pocos metros de su puerta.
La mañana del 13 de febrero, una decisión policial cambió el rumbo: seguir al camión de la basura y vaciar, uno a uno, los contenedores del barrio para detectar cualquier pista descartada durante la madrugada. En la basura de un vecino apareció un botín con lunares que pertenecía a Faye… y un cucharón cubierto de tierra fresca. Dos señales minúsculas que, juntas, apuntaban a un mismo lugar.
Minutos después, el director de Seguridad Pública de Cayce, guiado por un presentimiento y aquellas pistas, registró una zona arbolada adyacente. Allí, muy cerca de las casas, encontró el cuerpo de Faye. El forense precisó después que el cuerpo había sido colocado allí poco antes de su hallazgo, lo que explicaba por qué registros previos no la habían detectado.
Ese mismo día, la policía acudió a la vivienda de un vecino: Coty Scott Taylor, 30 años, que vivía a escasos metros de la familia. Lo encontraron sin vida dentro de su casa. Más tarde se confirmaría que se había quitado la vida; todo indicaba que era el responsable de la desaparición y muerte de la menor.
La autopsia despejó la pregunta más dura: Faye murió por asfixia poco después de ser raptada. Era un crimen inmediato y letal, consumado la misma tarde en que la niña desapareció del jardín. No hubo un largo cautiverio ni un traslado lejano: el horror se había movido entre patios y setos, a la vuelta de la esquina.
La investigación reveló además por qué Taylor no saltó a la vista en los primeros compases. Un día antes del hallazgo, había hablado con agentes y permitió que miraran su casa; nada evidente emergió entonces. Fue la minuciosa revisión de la basura, más el seguimiento de huellas biológicas, lo que terminó uniendo piezas y señalándolo de forma inequívoca.
Cayce se detuvo para despedir a Faye. Hubo vigilias, actos de homenaje y un funeral multitudinario en la Trinity Baptist Church. La ciudad, acostumbrada a saludos de porche y tardes de juegos escolares, se miró al espejo y entendió que el peligro no siempre viene de lejos ni se anuncia con sombras. A veces está detrás de una puerta con felpudo.
El “caso Faye Swetlik” dejó una lección amarga para todo el país: la rapidez con la que actuaron los equipos de búsqueda, la decisión de seguir un camión de basura y el empeño en buscar “pistas pequeñas” —un botín, un cucharón con tierra— fueron determinantes. En investigación criminal, los detalles domésticos pueden ser más elocuentes que cualquier gran teoría.
Faye tenía 6 años. Bajó del autobús escolar en un barrio conocido, a metros de su casa. Confiaba en que ese trayecto de césped y adoquines era su terreno seguro. Pero alguien decidió convertirlo en trampa. Porque a veces, lo más aterrador no es la oscuridad de un camino remoto… sino el monstruo que ya vive en tu calle, esperando el momento exacto para romperlo todo.
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