Francisca Cadenas: la mujer que desapareció en 50 metros



Hornachos, Badajoz — 9 de mayo de 2017. Son las 23:15 de la noche cuando Francisca Cadenas Márquez, 59 años, madre de tres hijos y abuela, sale un momento a la puerta de su casa. Va a acompañar a unos amigos hasta el coche, en la calle de al lado. Es un trayecto mínimo, apenas 50 metros en el centro del pueblo. Les devuelve a su hija pequeña, de la que ha estado cuidando toda la tarde. Les despide, sonríe… y emprende el camino de vuelta. Nunca llega.

Francis, como la conocían en Hornachos, es una mujer de vida sencilla: 59 años, en torno a 1,65 m, complexión delgada —unos 50–55 kilos—, pelo largo y rubio, muy devota y extremadamente familiar. Esa noche deja la puerta de casa abierta, el bolso dentro, el dinero dentro, el teléfono dentro. Le dice a su hijo menor que no se prepare la cena, que “ahora vengo y te la hago”. Sale sin prisa, sin miedo, dentro de un pueblo donde todos se conocen.

Lo único que está fuera de lugar es el reloj. En unos 15 minutos, entre el coche de los amigos y el umbral de su casa, el rastro de Francisca se rompe. El tramo incluye un pequeño callejón, estrecho, mal iluminado, que comunica la zona donde aparcan con la calle donde vive la familia. Varias personas la ven aún junto al vehículo; a partir de ahí, el vacío. Un trayecto que se recorre en segundos se convierte en un agujero negro de años.


Cuando pasan los minutos y Francisca no regresa, en casa empiezan las llamadas, los mensajes, los pasos nerviosos en la puerta. No contesta al fijo, no contesta al móvil que se ha quedado en la mesa. Su hijo sale a buscarla y comprueba lo imposible: ni en la calle, ni en el coche de los amigos, ni en el pequeño recorrido entre ambos. En la madrugada se da la voz de alarma y la Guardia Civil inicia las primeras batidas en el casco urbano.

En las horas y días siguientes, Hornachos se convierte en un mapa de búsqueda. Se peinan cunetas, caminos, naves, pozos, balsas, cortijos abandonados. Participan Guardia Civil, Protección Civil, bomberos, perros de búsqueda, helicópteros y centenares de voluntarios del propio pueblo y de localidades cercanas. Se revisan fincas, se drenan depósitos, se registran vehículos. No aparece nada: ni ropa, ni teléfono, ni un solo indicio físico que explique dónde está Francisca.

Rápidamente, los investigadores descartan una marcha voluntaria. No hay retirada de dinero, no hay billetes, no hay antecedentes de fuga ni problemas previos que encajen con esa hipótesis. El propio hijo de Francisca lo resume ante la prensa: “Mi madre no se iría por su propia voluntad”. La familia insiste en que ella vivía volcada en los nietos, en el cuidado de la casa y en su círculo cercano; nada apuntaba a un plan secreto de huida.


Mientras la investigación formal avanza, Hornachos se moviliza. Se organizan concentraciones, marchas con velas, minutos de silencio en la plaza. Los vecinos empapelan el pueblo con su rostro, reclaman más medios, piden que la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil asuma el caso. El nombre de Francisca empieza a sonar en toda España como el de “la mujer desaparecida en 50 metros”.

Con el tiempo, los agentes exploran varias líneas de trabajo: la posibilidad de una acción de terceros en el callejón, vehículos que pudieron pasar en ese intervalo, personas con antecedentes en la zona, incluso posibles conexiones con otros casos de desaparición en la provincia. Nada cristaliza en una imputación sólida. El sumario se llena de tomos, pero sigue sin lo esencial: un cuerpo, una escena, una prueba que explique qué ocurrió en ese pequeño tramo de calle.

Año tras año, cada 9 de mayo, la familia vuelve a la puerta de esa casa y al recorrido maldito. Colocan flores, levantan pancartas, hablan con los medios. “Un pueblo muy pequeño, aquí todo el mundo se conoce; mi madre no desaparece por arte de magia”, repiten sus hijos. El callejón donde se perdió su rastro termina rebautizado por el ayuntamiento como Travesía Francisca Cadenas, un gesto simbólico para que la memoria de Francis no se diluya en el tiempo.


En mayo de 2025 se cumplen ocho años sin noticias de ella. La prensa regional y nacional vuelve al caso: “Desaparecida en cincuenta metros”, titula un diario; “un misterio sin resolver”, resume otra cabecera. Para entonces se ha consolidado la idea de que alguien tuvo que intervenir en esos 15 minutos, en ese espacio tan reducido, en un pueblo de apenas 3.000 habitantes. La pregunta que nadie ha podido contestar es quién… y cómo.

La gran novedad llega en la segunda mitad de 2024. Tras años de peticiones de la familia, la Guardia Civil anuncia que la UCO —la unidad de élite de investigación— toma formalmente las riendas del caso Francisca Cadenas. Es un giro importante: implica nueva revisión del sumario, análisis actualizado de teléfonos, vehículos, testimonios y reconstrucción minuciosa de los últimos pasos de Francis.

En 2025, agentes de la UCO se desplazan a Hornachos para reproducir, sobre el terreno, la secuencia de aquella noche: la puerta de casa, el coche de los amigos, el callejón, los puntos ciegos, los posibles ángulos muertos en los que alguien pudo interceptarla sin ser visto. Se estudia de nuevo el entorno inmediato de la travesía que ahora lleva su nombre, se vuelve a interrogar a personas ya escuchadas, se buscan contradicciones, huecos, olvidos. Pese a ello, al menos de forma pública, el caso sigue sin un responsable señalado.


La desaparición de Francisca Cadenas se ha convertido en uno de los enigmas más estremecedores de la crónica negra reciente en España: una mujer adulta, en pleno casco urbano, en un pueblo pequeño, que se esfuma en una distancia que cualquiera recorre en un suspiro. Sin restos, sin testigos clave, sin cámara que complete el trayecto. Solo un agujero de 50 metros en el que una vida entera deja de existir a la vista de todos.

En Hornachos, la silla de Francisca sigue vacía, pero su nombre no. Lo pronuncian sus hijos, su marido, sus vecinos, las pancartas, los programas de radio y televisión que periódicamente vuelven al caso. Porque mientras no haya verdad ni cuerpo, no hay duelo. Y porque, tal vez, en algún recuerdo archivado, en alguna cámara olvidada, en alguna conciencia que aún calla, siga escondida la pieza que explique qué pasó en esos 50 metros de oscuridad.

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