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No llames a mamá: la historia de Ana y la voz siniestra

 No llames a mamá: la historia de Ana y la voz siniestra

Ana era una niña muy curiosa y soñadora, pero también un poco asustadiza. Vivía en una casa antigua y grande, con muchas habitaciones y pasillos oscuros. Una noche, Ana se encontraba en su cuarto, jugando con sus muñecas, mientras su madre preparaba la cena en la planta baja de la casa.

De repente, Ana escuchó un ruido extraño proveniente de una de las habitaciones contiguas a la suya. Era como si algo se estuviera arrastrando en el suelo, haciendo un ruido sordo y constante. Ana se acercó a la puerta de la habitación y escuchó con atención. Pero no era capaz de identificar el origen del ruido. Decidió entonces llamar a su madre, gritando desde la ventana de su cuarto.




"Mamá, ¿estás ahí?", gritó Ana, pero en vez de escuchar la respuesta de su madre, oyó una voz extraña y siniestra que le dijo: "No llames a mamá". Ana se quedó paralizada por el miedo. No sabía de dónde había venido esa voz ni quién la había pronunciado.

Desde ese momento, Ana comenzó a sentir que algo extraño la acechaba en la casa. Empezó a escuchar risas burlonas cuando se quedaba sola y a sentir un frío inusual en algunas habitaciones. También notaba que algunas de sus muñecas habían cambiado de posición sin explicación aparente.

Una noche, Ana decidió enfrentar su miedo y se armó de valor para investigar la habitación donde había escuchado la extraña voz. Al entrar en la habitación, descubrió un espejo antiguo y polvoriento. Al mirarse en él, Ana descubrió que su reflejo tenía los ojos oscuros y llenos de maldad.

De repente, la puerta se cerró de golpe detrás de ella y Ana quedó encerrada en la habitación. Entonces, la voz siniestra que había escuchado antes comenzó a reírse de nuevo, esta vez más fuerte y macabra. Ana gritó pidiendo ayuda, pero nadie parecía escucharla.

Finalmente, Ana logró escapar de la habitación, pero nunca volvió a ser la misma. Desde entonces, evitaba estar sola en casa y siempre sentía que alguien la observaba. Pero nunca se supo si lo que Ana había experimentado era real o solo una invención de su imaginación.




Ana nunca olvidó aquella noche en la casa antigua y grande. A pesar de que intentó convencer a su madre de que algo extraño estaba sucediendo, ella no le creyó y pensó que era solo una niña imaginativa. Pero Ana sabía que lo que había vivido no había sido un sueño o una invención de su mente.

Con el tiempo, Ana dejó la casa y comenzó una nueva vida en otro lugar. Sin embargo, nunca pudo sacarse de la cabeza la idea de que algo malévolo la había acechado en aquel lugar. A veces, incluso en su nueva casa, Ana escuchaba risas burlonas y sentía un frío inusual.

Años más tarde, cuando Ana ya era adulta, se enteró de que la casa antigua había sido demolida y en su lugar se había construido un edificio moderno. Ana decidió visitar el lugar y recorrer las calles que solían ser familiares para ella.

Cuando llegó al lugar donde antes estaba la casa, se sorprendió al encontrar un espejo antiguo y polvoriento que había sido salvado de la demolición. Ana se acercó al espejo y miró su reflejo. Los ojos oscuros y llenos de maldad seguían ahí, mirándola fijamente. De repente, la voz siniestra que había escuchado antes comenzó a reírse de nuevo, esta vez más fuerte y macabra.

Ana intentó salir corriendo, pero la puerta estaba cerrada. Sabía que estaba atrapada y que nadie podía escucharla. Entonces, decidió hacer lo único que podía hacer: enfrentar su miedo y mirar al espejo a los ojos. Finalmente, la risa y el frío desaparecieron, y Ana supo que había logrado vencer sus demonios internos.

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