La Maldición de la Última Rosa
Carlos miraba con tristeza el cajón de su abuelo en el cementerio. La muerte lo había arrebatado demasiado pronto, dejándolo con un profundo dolor en el corazón. Era un hombre sabio y cariñoso que había dejado una huella imborrable en la vida de Carlos.
Con lágrimas en los ojos, Carlos sostuvo una rosa roja en sus manos. Era la última rosa que había florecido en el jardín de su abuelo. Su belleza era asombrosa, pero ahora estaba marchita, al igual que el alma de Carlos.
Con un nudo en la garganta, Carlos tomó una decisión. Quería despedirse de su abuelo de una manera especial. Caminó lentamente hacia el sepulcro, con la rosa en su mano temblorosa. Se arrodilló y colocó la rosa sobre el ataúd, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
De repente, una ráfaga de viento sopló a su alrededor, y Carlos sintió una presencia inquietante. Miró hacia atrás, pero no había nadie allí. Un escalofrío recorrió su columna vertebral cuando se dio cuenta de que algo no estaba bien.
Decidió marcharse, pero cuando se levantó, vio una sombra al final del camino. Parecía una figura borrosa vestida de negro. Carlos sintió un miedo paralizante y trató de alejarse, pero sus piernas no le respondieron.
La figura se acercó lentamente, revelando un rostro demacrado y ojos penetrantes. Carlos reconoció a su abuelo, pero había algo oscuro y siniestro en su mirada.
"Carlos", susurró el abuelo con una voz fría y hueca. "No debiste haber lanzado la última rosa. Has liberado un mal que ahora acecha en las sombras".
Carlos temblaba de miedo. "Abuelo, ¿Qué has hecho?", preguntó en voz baja.
El abuelo le explicó que la última rosa era un símbolo de pureza y protección. Al lanzarla al sepulcro, había roto el vínculo que mantenía a raya a las fuerzas malignas. Ahora, el mal estaba libre y buscaba venganza.
Desesperado, Carlos le preguntó cómo podía detenerlo. El abuelo le entregó un amuleto antiguo y le dijo que debía encontrar la raíz de la última rosa y enterrar el amuleto junto a ella. Solo entonces se calmarían las fuerzas malignas.
Siguiendo las indicaciones de su abuelo, llegó a un antiguo jardín del abuelo abandonado, oculto en lo profundo del bosque. Allí, entre enredaderas y maleza, encontró el tallo de la ultima rosa y desenterró las raíces con cuidado.
Con manos temblorosas, enterró el amuleto junto a la raíz, esperando que funcionara. Un silencio ominoso envolvió el bosque, y Carlos supo que había tenido éxito.
Al regresar al cementerio, se encontró con que todo estaba en paz. Las fuerzas malignas habían sido contenidas una vez más.
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