Elisa tenía 16 años, gafas redondas y una alegría luminosa. Era domingo, 12 de septiembre de 1993, cuando dijo en casa que iba a misa en la Santísima Trinidad, en Potenza. Allí se encontró con Danilo Restivo, un conocido del barrio: testigos los vieron juntos dentro del templo… y luego, nada. Ni una llamada. Ni un regreso. El rastro de Elisa quedó detenido entre bancos de madera y vitrales de calma.
La familia pidió mirar donde más dolía: la iglesia. Pero en aquellos primeros días, registrar el templo fue más difícil de lo que debía; incluso se negó el acceso policial en algún momento. La investigación se enredó y Restivo, señalado por contradicciones antiguas —en 1995 lo condenaron por mentir sobre una herida en la mano el día de la desaparición—, dejó Italia y se mudó a Bournemouth (Reino Unido). Allí, su inquietante fijación por el cabello femenino se convirtió en patrón: cortes furtivos a desconocidas, un telón inquietante para lo que vendría.
Diecisiete años después, el templo entregó su secreto. El 17 de marzo de 2010, durante obras en la Santísima Trinidad, aparecieron restos humanos en un espacio oculto del ático: eran de Elisa. La descomposición evidenció que el cuerpo había permanecido allí todo ese tiempo. Italia entera tuvo que aceptar lo insoportable: mientras se llamaba a rezar, una adolescente reposaba en silencio, a metros del altar, y nadie la había querido —o sabido— encontrar.
El hallazgo rebotó hasta Inglaterra. En junio de 2011, un jurado británico declaró a Restivo culpable del asesinato de su vecina Heather Barnett, un crimen marcado por un macabro “sello” con cabello, eco de las sospechas italianas. El juez impuso cadena perpetua con un mínimo de 40 años antes de optar a libertad condicional. Por fin el nombre de Restivo dejaba de ser un susurro y se volvía una condena con fechas.
Italia siguió su propio curso. En noviembre de 2011, el tribunal de Salerno lo condenó a 30 años por el homicidio de Elisa; la Corte d’Assise d’Appello confirmó la pena en abril de 2013, y la Corte di Cassazione la hizo definitiva el 23 de octubre de 2014 (eliminando el agravante de crueldad, sin cambiar la sentencia). Restivo cumple hoy su castigo en prisión británica por el caso Barnett, mientras la condena italiana permanece firme como última palabra judicial sobre Elisa.
Quedó el país con una cicatriz y una lección amarga: lo sagrado no inmuniza contra el horror, y la lentitud —o la desidia— puede regalar décadas a un asesino. Potenza recuerda a Elisa en procesiones y vigilias, y la propia iglesia, cerrada tras el hallazgo, reabrió al culto entre controversias y pedidos de memoria. En “Pesadillas en tu pantalla”, su historia nos obliga a mirar los lugares que damos por seguros y a escuchar a las madres que insisten: a veces lo más aterrador no vive en callejones, sino entre muros que deberían significar refugio y paz.
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