Era 1968 en Newcastle, Reino Unido. Entre las calles obreras de la ciudad, una niña de apenas 11 años caminaba con paso serio, el cabello corto y una expresión que parecía esconder más de lo que mostraba. Su nombre: Mary Bell. Nadie podía imaginar que detrás de aquella apariencia infantil se gestaba una historia que marcaría para siempre los anales del crimen británico.
El 25 de mayo de ese año, Martin Brown, un niño de apenas 4 años, fue hallado sin vida dentro de una casa abandonada. La escena confundió a los investigadores: no había señales claras de violencia, solo vidrios rotos y un frasco de pastillas vacío. La policía pensó en un accidente, un juego que terminó mal. Pero lo que parecía un hecho aislado era apenas el inicio de algo mucho más perturbador.
El 31 de julio de 1968, otro niño, Brian Howe, de 3 años, desapareció mientras jugaba cerca de su casa. Horas después, su cuerpo apareció en un terreno baldío. Esta vez, no había dudas: el cadáver mostraba marcas, señales de estrangulamiento y cortes que evidenciaban una crueldad inexplicable. Alguien había manipulado el cuerpo con fría deliberación. Y lo más aterrador: las huellas de aquel crimen no apuntaban a un adulto, sino a alguien muy joven.
La comunidad estaba en shock. Las sospechas comenzaron a centrarse en Mary Bell y su amiga de 13 años, Norma Bell —sin relación familiar—. Ambas habían sido vistas en las zonas de los crímenes y sus relatos resultaban contradictorios. Mary, incluso, llegó a hacer comentarios en la escuela, insinuando que sabía lo que había pasado. La inocencia aparente se derrumbaba ante un retrato de frialdad escalofriante.
En diciembre de 1968, Mary fue declarada culpable de homicidio con responsabilidad disminuida, por lo que fue enviada a un centro de detención juvenil. Norma, en cambio, fue absuelta. Mary pasó más de una década bajo custodia y recuperó la libertad en 1980, con apenas 23 años. Desde entonces vive con una identidad protegida, intentando dejar atrás un pasado que aún hoy genera preguntas imposibles de responder.
El caso de Mary Bell sigue siendo uno de los más inquietantes de la historia criminal británica. ¿Era una niña rota por un entorno marcado por la violencia y el abandono, o alguien que desde el inicio estuvo marcada por la oscuridad? Martin y Brian eran niños pequeños, confiados, jugando en la calle… sin imaginar que el peligro se escondía en una mirada infantil.
Porque a veces, lo más aterrador no es el monstruo adulto que acecha en la noche…
sino descubrir que el mal puede habitar en el cuerpo de un niño, disfrazado de inocencia.
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