Era la noche del 1 de octubre de 1993 en Petaluma, California. Carlie… no, Polly Klaas, de 12 años, celebraba una pijamada en su casa. Risas, confidencias, disfraces: nada presagiaba la oscuridad que allanaría su habitación esa madrugada.
A las 10:30 p.m., un hombre armado irrumpió en la casa. Llevaba un cuchillo de la cocina. Ató a las amigas de Polly, les colocó fundas en la cabeza y les ordenó contar hasta mil. Luego, arrastró a Polly fuera de la habitación, y desaparecieron. Ese instante, captado por la puerta abierta, fue el último vestigio de su inocencia.
La búsqueda que siguió fue colosal. Más de 4 000 personas, voluntarias y federales, rastrillaron bosques, riberas y calles cercanas. El rostro de Polly, con esa cabellera ondulada y sonrisa llena de vida, apareció en carteles y telediarios con la tensa esperanza de un regreso milagroso.
Semanas más tarde, un giro decisivo. En una propiedad rural, una persona halló objetos sospechosos. Entre ellos, una huella dactilar en la cama de Polly que conectó a Richard Allen Davis, un convicto liberado en libertad condicional, con la escena del crimen. Dicha evidencia reactivó una investigación que llevó a Davis a confesar y a guiar a las autoridades hasta donde había ocultado el cuerpo.
El juicio fue duro y el país observaba con el aliento contenido. En junio de 1996, Davis fue hallado culpable de asesinato en primer grado con agravantes: secuestro, robo, tentativa de acto lascivo con menor y allanamiento. El veredicto fue fulminante: pena de muerte.
Su sentencia se convirtió en un símbolo político. En 1994, California aprobó la ley de “Three Strikes”, impulsada justamente por este caso, para castigar con más severidad a delincuentes reincidentes. Fue un antes y un después en la política criminal del estado.
Desde entonces, Davis ha intentado cuestionar su condena apelando argumentos sobre nuevas reformas penales y la moratoria a la pena de muerte en California. Pero en mayo de 2024, un juez negó su petición de anular la sentencia, lo que prolonga su estancia en el corredor de la muerte en San Quentin.
La herencia de la tragedia de Polly tampoco se limitó al castigo. Su padre, Marc Klaas, fundó la Polly Klaas Foundation, dedicada a prevenir secuestros infantiles. Además, en Petaluma, un teatro comunitario lleva su nombre tras ser remodelado en 2022.
Polly tenía 12 años. Estaba en su refugio más íntimo —su habitación— cuando un extraño borró el sentido de lo que era seguro. Su desaparición fue un golpe de realidad: que el peligro puede venir de donde menos lo esperamos, y que la respuesta puede cambiar leyes.
Porque a veces, lo más aterrador no entra por callejones oscuros…
sino por la puerta de una habitación, cuando alguien llega con un cuchillo y una sombra.
Si la historia de Polly te conmovió, compártela. Recordar es proteger a quienes aún podrían estar en silencio.
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