Celeste Rivas: el cuerpo hallado en un Tesla y el silencio que tardó 17 meses en romperse


Era abril de 2024, en Lake Elsinore (California). Celeste Rivas, 15 años, dejó de aparecer en fotos, en aulas, en rutinas. Su ausencia primero fue un hueco discreto y luego un grito: una adolescente desaparecida cuyo nombre apenas alcanzaba a salir de su propio barrio. La denuncia quedó marcada en archivos del condado mientras su familia se aferraba a la idea de que aún estaba ahí, en algún lugar, esperando ser encontrada. 

Pasó más de un año sin respuestas. Hasta que la madrugada del 8 de septiembre de 2025, a 150 kilómetros de donde se le vio por última vez, un operario del depósito Hollywood Tow llamó a la policía por un olor insoportable que salía de un coche remolcado días antes. Dentro del vehículo, los agentes localizaron un cuerpo oculto en el compartimento delantero. La oficina forense confirmó la identidad: era Celeste. Había terminado la búsqueda, comenzaba la pesadilla de las preguntas. 

Los investigadores detallaron que el hallazgo se hizo en el “frunk” (maletero delantero) de un Tesla trasladado al corralón por infracción de estacionamiento; la alerta fue el hedor de descomposición que impregnó la bahía de remolques. La confirmación de identidad llegó por el forense de Los Ángeles. Aún no hay causa oficial de muerte; el caso se tramita como “investigación de muerte” a la espera del dictamen médico-legal. 



Pronto surgió otro dato que encendió los focos: el coche está registrado a nombre del músico David Anthony Burke, conocido como d4vd. Fuentes policiales y reportes locales añadieron que el artista se encontraba de gira cuando apareció el cuerpo y que ha cooperado con las autoridades; hasta el cierre de esta nota no enfrenta cargos. El hecho relevante, por ahora, es registral: la titularidad del vehículo. Nada más. 

El informe preliminar del forense describió a la víctima con top, mallas negras, pulsera amarilla, pendientes metálicos y un tatuaje en el dedo índice que reza “Shhh…”. Ese detalle —amplificado por la prensa— se volvió una pieza tensa del rompecabezas público, pero los investigadores no han hecho inferencias sobre su significado. La gran pregunta, la que de verdad importa, sigue intacta: ¿cómo y por qué llegó Celeste a ese coche? 

Sobre la ruta del Tesla, los relatos periodísticos coinciden en que el automóvil fue remolcado tras permanecer estacionado en Los Ángeles y terminó en el depósito donde se produjo el hallazgo. Homicidios de LAPD asumió la investigación, pero los agentes insisten: sin causa de muerte, no hay tipificación definitiva. No hay detenciones. No hay nombres señalados oficialmente como sospechosos. Solo un expediente que camina detrás del dictamen forense. 




Para la familia de Celeste, el calendario es un enemigo. Entre abril de 2024 y septiembre de 2025 se acumularon búsquedas, carteles y un vacío informativo que ahora se convierte en duelo y exigencia: respuestas claras, cronología precisa y responsabilidades, si las hubiera. El caso saltó de los partes policiales a los titulares nacionales y abrió un debate incómodo sobre controles, remolques, depósitos y protocolos para detectar antes lo que terminó oliéndose tarde. 

También dejó otra conversación inevitable: la que separa lo verificado de lo viral. El registro del coche, la ubicación del hallazgo, la identificación forense y el estado procesal son hechos; las conjeturas alrededor de figuras públicas, no. La policía ha reiterado que la pieza clave es la ciencia: toxicología, cronotanatología, trazas, cámaras. La narrativa final no la escribirán los rumores, sino un informe médico-legal y una causa penal —si procede. 

Celeste tenía 15 años. Un nombre de instituto, de playlists compartidas, de planes de verano que no llegaron. Su historia ya es un recordatorio áspero para cualquiera que crea que la rutina protege: un coche de lujo, un remolque más, un depósito cualquiera… y una verdad que tarda demasiado en abrirse paso entre metal y plástico.




Porque a veces, lo más aterrador no es la oscuridad de un callejón… sino el secreto que viaja a tu lado, con matrícula y papeles en regla, esperando que alguien —al fin— se atreva a abrir el maletero.

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