Esther López: la noche en que Traspinedo dejó de dormir



Era la madrugada del 13 de enero de 2022 en Traspinedo (Valladolid). Esther López, 35 años, había visto el fútbol con amigos y salió a cenar. Eran planes sencillos, de pueblo; promesas de “mañana te escribo” que deberían haberse cumplido al amanecer. No volvieron a cumplirse. A primera hora del día siguiente, su familia dio la voz de alarma. El caso, en cuestión de horas, dejó de ser una preocupación local para convertirse en un latido compartido por media España.

Durante 24 días, el pueblo se vació de secretos y se llenó de batidas: vecinos, Guardia Civil, perros, drones, helicópteros. Se revisaron arcenes, pinares y cunetas como si cada metro pudiera esconder un susurro de Esther. El 5 de febrero de 2022, a pocos kilómetros del casco urbano, la esperanza se rompió: su cuerpo apareció en la cuneta de la VA-2003. La carretera que muchos recorrían sin mirar ya nunca volvió a ser la misma.

La primera gran pregunta fue la causa de la muerte. Los forenses, con el tiempo y los informes, apuntaron un escenario que heló la sangre: un atropello a velocidad baja o media por parte de un turismo, cuando la víctima estaba de espaldas; con factores concurrentes como intoxicación etílica, consumo de cocaína e hipotermia. Un extremo más: Esther no habría fallecido en el acto y pudo sobrevivir con asistencia inmediata. No la tuvo. 




A los técnicos del ERAT (Equipo de Reconstrucción de Accidentes) les salieron las cuentas de la mecánica: el atropello era “completamente compatible y factible” con un Volkswagen T-Roc y pudo ocurrir junto a la parte trasera de la vivienda del principal investigado, en la urbanización Parque Romeral. De la escena íntima —un golpe, silencio, miedo— al ocultamiento posterior hay apenas un paso, pero un abismo moral. 

Las migas digitales también hablaron. La UCO siguió tarjetas SIM, pings y posicionamientos. Una tarjeta asociada al T-Roc del investigado se situó la madrugada clave en la “curva” donde acabaría apareciendo el cuerpo; y el histórico de búsquedas de Google señalaba esa misma curva con una precisión difícil de explicar como casualidad. El coche, además, fue limpiado a fondo en fechas críticas. Para los agentes, el azar había dejado demasiadas huellas. 

Mientras Traspinedo encendía velas, el procedimiento penal avanzaba a golpes de informes, diligencias y recursos. El hombre que pasó con ella la última noche siguió como investigado —no condenado—, con la causa abierta y sin prisión preventiva. En noviembre de 2024 y de nuevo en julio de 2025, la Audiencia y el juzgado instructor rechazaron enviarlo a la cárcel de forma provisional: había indicios, dijo el juez, pero no riesgo suficiente para esa medida extrema. 




En paralelo, el instructor fue cerrando el cerco probatorio y negando nuevas periciales de la defensa que pretendían cuestionar geolocalizaciones y compatibilidades mecánicas. La idea: el sumario ya estaba “maduro” y no era razonable reabrir techos periciales una y otra vez. El tablero procesal quedó orientado hacia el siguiente tramo, con la vista puesta en el enjuiciamiento y en los recursos que se iban resolviendo en 2025.

A fecha de hoy, el relato técnico que más pesa combina tres vectores: atropello no necesariamente letal en origen; ausencia de auxilio; y traslado/ocultación posterior del cuerpo a la VA-2003. El resto —los minutos exactos, el porqué, y quién tomó cada decisión— es lo que un tribunal deberá fijar cuando se sienten las partes y se escuche a los peritos. La incertidumbre jurídica no borra la certeza humana: Esther no volvió a casa y alguien decidió por ella. 

El nombre de Esther López no es solo un expediente con tomos: es una pancarta en la plaza, una camiseta en una carrera, un minuto de silencio en el estadio. Es la prueba de que una España pequeña y de costumbres suaves puede quebrarse por una noche mala, por una decisión cobarde y por un auxilio que nunca llegó. Traspinedo, que aprendió a buscar entre pinos, también aprendió a esperar justicia.



Esther tenía 35 años. Tenía rutinas, planes, discusiones de bar y futuros por estrenar. Su historia recuerda que el peligro, a veces, no ruge: susurra. Llega en forma de coche que frena tarde, de silencio después del golpe, de móvil que se apaga y de curvas buscadas en Google a horas donde nadie debería estar midiendo sombras. Porque a veces, lo más aterrador no es desaparecer en la noche… sino que alguien te vea caer, y decida no levantar el teléfono. 

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