Las cámaras de seguridad la captaron sentándose en un asiento de cara al pasillo. Detrás, un hombre con sudadera y capucha tomó lugar a dos filas. A los cuatro minutos y medio, el pasajero se inclinó, sacó una navaja de bolsillo y apuñaló a Iryna tres veces. La secuencia quedó registrada: rutina, silencio, acero. No hubo discusión, ni robo, ni aviso. Solo un ataque brutal a quemarropa.
El vagón se llenó de gritos. Algunos pasajeros corrieron, otros se quedaron paralizados. Cuando el tren se detuvo, el agresor salió como si fuera un viajero más. Agentes acudieron a la plataforma y lo arrestaron allí mismo. Los sanitarios no pudieron revertir lo inevitable: Iryna fue declarada muerta en el lugar.
En cuestión de horas, la ciudad supo quién era ella. Ucraniana, 23 años, recién llegada, trabajando y estudiando para rehacer su vida lejos de la guerra. Su fotografía —la misma sonrisa que enmarcaba su esperanza— se multiplicó en pantallas y portales, y Charlotte encendió velas por una desconocida que ya sentían propia.
El detenido fue identificado como Decarlos DeJuan Brown Jr., 34 años. El fiscal estatal le imputó asesinato en primer grado y, días después, el Departamento de Justicia presentó un cargo federal por “cometer un acto que causó la muerte en un sistema de transporte masivo” por el ataque en el tren ligero de Charlotte. La acusación federal reproduce la escena: el abordaje, la espera, la navaja, los tres golpes, el abandono del vagón y el arresto en el andén.
Pronto trascendió algo más: Brown acumulaba un largo historial de detenciones en el condado de Mecklenburg —condenas por robo con arma, entradas ilegales y otros delitos desde 2007— y en enero de 2025 había sido arrestado por mal uso del 911 y liberado bajo promesa escrita, sin fianza. Una cronología incómoda que reavivó el debate sobre puertas giratorias y evaluación de riesgo.
La línea temporal reconstruida por los investigadores es helada por su precisión: Iryna abordó alrededor de las 9:50 p. m.; cuatro a cinco minutos después se produjo el ataque; la navaja fue recuperada; el sospechoso apareció en video saliendo del vagón y fue intervenido por la policía en la plataforma. Nada sugiere un móvil económico. Todo indica una agresión súbita e injustificada.
Mientras se llenaba el andén de flores y mensajes, la ciudad discutía su seguridad: un crimen a bordo, en un trayecto urbano, a plena vista. Los vecinos pidieron más presencia en estaciones y vagones, mejor monitoreo de cámaras y protocolos para intervenir sin ponerse en riesgo. La rutina —subir, sentarse, mirar el celular— dejó de sentirse rutinaria.
En la vía federal, la Fiscalía detalló que, de ser declarado culpable, Brown enfrenta una pena máxima de cadena perpetua o la muerte; su destino lo fijará la corte según las guías de sentencia y la ley aplicable. En paralelo, el proceso estatal por asesinato en primer grado sigue su curso. Por ahora, el acusado permanece bajo custodia, presunto inocente hasta prueba en contrario.
Iryna Zarutska buscaba paz en un país lejano. Subió a un tren convencida de que el viaje sería un simple paréntesis entre un turno y otro. Pero alguien decidió que su asiento fuera la escena y su trayecto, el final. Porque a veces, lo más aterrador no es el callejón sin luz, sino el vagón lleno de gente, donde la violencia llega en silencio, se sienta detrás de ti… y te arrebata el futuro en cuatro minutos.
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