Jesús Muñoz Armenteros: una desaparición silenciosa en Jaén

La noche se le tragó el 25 de mayo de 2016, en Jaén capital. Jesús Muñoz Armenteros tenía 60 años, trabajaba como auxiliar/administrativo sanitario —adscrito al centro Doctor Sagaz— y acababa de mudarse a un piso en la ciudad. Llevaba días de baja por depresión. Tres jornadas después, el 1 de junio, su hija formalizó la denuncia: desde entonces, nadie lo ha vuelto a ver.

A Jesús lo sitúan por última vez de noche, caminando por la calle Europa en dirección a la avenida de Madrid/Gran Eje. Su coche permaneció aparcado donde lo dejó y el móvil estaba apagado. En su vivienda no había señales de marcha planificada: piso cerrado por fuera, sin maleta, sin indicios de que se hubiese ido voluntariamente. Ese primer encuadre, frío y aséptico, se convirtió en el eje de un expediente que aún hoy duele por vacío.

Desde las primeras horas se articularon rastreos con helicóptero y guías caninos en las laderas del cerro de Santa Catalina y el entorno del barrio de El Neveral, áreas agrestes pegadas a la ciudad donde cualquiera puede perder el rumbo en minutos. Las batidas no arrojaron resultados. Cada negativa sumaba peso a la hipótesis más cruda: que Jesús no había salido de escena por decisión propia.

La investigación judicial y policial alternó dos líneas: un episodio crítico de salud mental que derivara en una marcha desorientada… o una desaparición involuntaria con terceros. Con el paso de los meses, la primera perdió fuerza: no hubo movimientos bancarios, llamadas, uso de documentación ni detecciones en recursos asistenciales. Todo continuó en silencio, como si el tiempo también hubiera apagado su teléfono.

En paralelo, la familia sostuvo el pulso público, pidiendo que el caso no decayera en una carpeta de “desaparición voluntaria”. Entrevistas y llamamientos —algunos recogidos por RTVE— remarcaron la fragilidad del momento vital de Jesús, pero también la ausencia de señales típicas de una fuga planificada (cierre de cuentas, cartas, preparativos). Era —es— un relato de incertidumbre sin gestos de despedida. 


Con los años, Jesús pasó a integrar la relación de desaparecidos activos de la provincia. En 2024, un balance provincial volvió a poner su nombre en el mapa de casos que siguen sin respuesta: Jaén mantiene expedientes abiertos desde 2013 y el de Jesús continúa señalado como uno de los más persistentes en la capital. La estadística lo cuenta; su familia, no. Para ellos, no es un dato: es cada noche. 

Hay detalles que, leídos juntos, duelen más: la mudanza reciente a un piso en alquiler, la baja médica, el coche inmóvil, el teléfono mudo, la última caminata hacia el Gran Eje, la cercanía de los montes urbanos donde se buscó sin éxito. Son piezas que no encajan porque falta la central: dónde está Jesús. Y en un caso sin escena, cada hora de espera se convierte en niebla.

En Jaén, quien desaparece puede desvanecerse a doscientos metros de una rotonda conocida. Por eso la familia repite la petición técnica de siempre: revisar cámaras privadas de itinerarios probables, reanalizar antenas y celdas esa madrugada, cruzar listados de emergencias, albergues y hospitales de provincias limítrofes, y rehacer batidas con criterios nuevos y tecnología actualizada. La esperanza, a estas alturas, también es metodología. (Esta conclusión se infiere de los vacíos descritos en las crónicas y de buenas prácticas en búsquedas de larga duración.) 

Mientras tanto, su nombre se mantiene en las listas de SOS Desaparecidos y en los resúmenes anuales de prensa local. No es consuelo, pero evita la segunda desaparición: el olvido. Nadie puede asegurar qué sucedió entre la calle Europa y el borde del monte; sí podemos asegurar que la ciudad entera dispone de pequeños fragmentos —un horario, un cruce, una cámara— que quizá aún no han sido mirados con la lente justa. 

Jesús Muñoz Armenteros tenía 60 años. Salió a la noche de una ciudad conocida y su historia se quedó en pausa. Si estuviste en la zona esa madrugada de finales de mayo de 2016, si viste a alguien parecido a él en el entorno de Gran Eje, El Neveral o el cerro de Santa Catalina, por favor, habla. En los casos sin cuerpo ni escena, la pieza que falta suele ser una frase que alguien no sabe que recuerda. Y puede cambiarlo todo. 

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