Andrés fue visto por última vez cuando acudía con su madre al pueblo unos días antes del desastre. Claudia recuerda: “era un niño muy lindo, muy feliz”. Cuando la avalancha lo barrió todo, la familia huyó; el caos y la destrucción hicieron que la recuperación de cuerpos fuera casi imposible. Armero quedó sepultada y la emergencia se convirtió en un laberinto de pérdidas, tumbas colectivas y certidumbres rotas.
Durante años, la búsqueda individual de Claudia siguió caminos de esperanza, junto con otras familias de desaparecidos. En noviembre de 2025, el Gobierno colombiano anunció que reactivará la búsqueda de más de 500 menores desaparecidos en Armero, revisando archivos históricos, registros de adopción y ADN. Esa medida aviva el anhelo de Claudia: que haya una pista, una tumba, una señal de su hijo que le permita cerrar el duelo.
El dolor de Claudia no es solo el de una madre que perdió un hijo: es el testimonio vivo de la fragilidad institucional ante un desastre, de la invisibilidad de los niños desaparecidos y de las familias que jamás fueron atendidas con justicia. En 2025, distintos medios publican su historia como símbolo de “las víctimas olvidadas de Armero”.
A lo largo de estos años, las líneas de investigación han sido múltiples: búsqueda de restos en los escombros, cotejo de ADN con familias que reclaman, revisión de listas de huérfanos y adopciones, expedientes archivados que pueden contener pistas. Sin embargo, el rastro de Andrés sigue sin aparecer. El “libro rojo” de menores desaparecidos y el seguimiento internacional son parte del nuevo impulso.
Claudia ha convertido su dolor en reivindicación: exige verdad, reparación y que no se archive la historia de su hijo. A menudo dice que no pide venganza, solo “que me digan dónde está”. Su búsqueda, silenciosa y constante, recorre comunas, expedientes y rostros que podrían ser el suyo.
La tragedia de Armero dejó más que muertos: dejó un legado de ausencia, memoria rota y procesos incompletos. En ese legado, la historia de Andrés y de Claudia es una de las más emblemáticas. Cada aniversario, la madre se reúne con otros familiares, con placas conmemorativas y actos simbólicos, para que ninguna pérdida quede sin nombre.
Hoy, mientras las autoridades revisan registros y activan nuevas búsquedas, el caso de Andrés se reinserta en la agenda nacional de derechos humanos en Colombia. Los esfuerzos para localizar a los niños desaparecidos tras la erupción recuperan visibilidad gracias a la persistencia de familias como la de Claudia.
El nombre de Andrés Felipe Cubides no queda en silencio; y el de Claudia Ramírez no se da por vencido.
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