Sonia Rescalvo Zafra — el templete de la Ciutadella y un crimen de odio que despertó a Barcelona (1991–2025)

En la madrugada del 6 de octubre de 1991, el Parc de la Ciutadella de Barcelona amaneció con una herida que aún supura memoria: Sonia Rescalvo Zafra, mujer trans de 45 años, fue atacada mientras dormía junto a su amiga Dori bajo el templete de música. Lo que ocurrió allí no fue un “suceso”, fue un crimen de odio que marcó un antes y un después en España. 

Los agresores eran seis jóvenes skinheads vinculados al entorno neonazi; llegaron de noche, con botas y odio aprendido. Golpearon a Sonia hasta dejarla inconsciente y siguieron repartiendo violencia en la zona; Dori sobrevivió con secuelas. Aquel amanecer la ciudad supo que la transfobia no era una abstracción: tenía puños, consignas y una diana. 

La investigación policial identificó a los autores pocas semanas después. En los registros se hallaron armas y parafernalia neonazi, y el tribunal acreditó la hostilidad contra personas LGTBI y el conocimiento de que el templete era un lugar de descanso habitual para personas trans sin hogar. Fue una verdad judicial que, por primera vez, nombró el odio. 


El juicio llegó en 1994 y se considera la primera sentencia en España que reconoce un asesinato motivado por transfobia. Los seis condenados recibieron penas altas de prisión, luego reducidas por el Tribunal Supremo; con el paso de los años salieron en libertad. Lo esencial no cambió: el fallo fijó el crimen como delito de odio y abrió camino a futuras tipificaciones y políticas públicas. 

Desde 1993 una placa recuerda a Sonia en el lugar del ataque, y desde 2013 el templete lleva oficialmente su nombre: “Glorieta de la Transsexual Sònia”. El espacio se transformó en lugar de memoria, reclamado por el activismo y asumido por la ciudad. 

Tres décadas después, Barcelona amplió el homenaje: en octubre de 2021 inauguró una plaza Sonia Rescalvo Zafra junto a la Ciutadella, reafirmando su compromiso con la memoria LGTBI. El acto institucional y ciudadano recordó a la vedette que un día fue expulsada de los escenarios y empujada a la intemperie. 


Cada 6 de octubre se celebran vigilias y ofrendas en la glorieta; en 2022 y 2025 el Ayuntamiento y entidades LGTBI volvieron a convocar actos de recuerdo y pedagogía. La consigna es constante: recordar a Sonia para proteger a las que hoy aún duermen con miedo. 

La historia de Sonia no es solo un expediente judicial; es un espejo de la Barcelona preolímpica: modernidad de escaparate y, al mismo tiempo, auge de grupos neonazis y desplazamiento de colectivos vulnerables. Aquel contraste late en el análisis académico y en la autocrítica ciudadana. 

También es un caso-escuela para entender cómo se nombran y procesan los delitos de odio. Informes recientes —desde Amnistía Internacional hasta estudios universitarios— apuntan a Sonia como piedra angular para la visibilización de la violencia contra personas trans en España. La memoria, convertida en política pública, salva vidas. 


A nivel simbólico, su asesinato galvanizó el movimiento trans en Cataluña: de la invisibilidad a la movilización constante, del tabú a la pedagogía en escuelas, medios y justicia. La prensa internacional local lo recogió en el 30º aniversario: la ciudad nombró una plaza con su nombre para que nadie vuelva a pasar de largo. 

Quedan, sin embargo, tareas pendientes: mejorar estadísticas, reforzar la tipificación y recogida de datos, y garantizar que la protección efectiva llegue a quienes hoy siguen expuestas a violencias transfóbicas y neonazis. El caso de Sonia es memoria viva en planes municipales y campañas contra el odio. 

Sonia nació en Cuenca y llegó joven a Barcelona, donde trabajó como vedette en el Paral·lel. La precariedad la empujó a la calle; el odio la mató. Desde entonces, el Templo/Glorieta de Sònia se ha convertido en lugar de duelo y promesa: nunca más. 


Hoy, cuando alguien se detiene ante la glorieta y deja una flor, no solo recuerda a Sonia Rescalvo Zafra. También afirma que esta ciudad no permitirá que el silencio vuelva a ser cómplice del odio. Y que el nombre de Sonia seguirá en voz alta, donde a la violencia no le quede lugar para esconderse. 

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