Era la madrugada del 2 de marzo de 2008 en Aguilar de la Frontera (Córdoba). Ángeles Zurera, “Angelines” para todos, tenía 42 años, dos hijos adolescentes y una vida que empezaba, por fin, a levantarse tras una separación complicada. Había pasado el día anterior en Córdoba con amigas y la novia de uno de sus hijos: compras, risas, planes para Semana Santa. Volvió tarde a casa, se puso el pijama y se metió en la cama. Entonces sonó el teléfono. Y después, un claxon bajo su ventana.
Ángeles se levantó, salió de casa… y nunca más se la volvió a ver. Dejó atrás sus gafas, su bolso, la documentación, el dinero, incluso la ropa de abrigo. Nada indicaba que fuera a irse lejos ni por mucho tiempo. Es como si sólo fuera a bajar un segundo a hablar con alguien conocido y la noche hubiera decidido tragársela en silencio.
Al día siguiente, la familia encendió todas las alarmas. No había mensajes, no había llamadas, su coche seguía estacionado en la puerta y nadie la había visto regresar. La Guardia Civil inició un dispositivo de búsqueda inmediato: campos, cunetas, pozos, cortijos, naves agrícolas. Aguilar de la Frontera se llenó de chalecos reflectantes y cintas de balizar… pero no apareció ni una prenda, ni un rastro biológico, ni una pista sólida. Ángeles se había esfumado.
Muy pronto, la investigación se fijó en una persona: su exmarido, Manuel Reina. La pareja estaba separada, la relación era mala y, según la familia, él no aceptaba que Angelines estuviera rehaciendo su vida. Doce días antes de desaparecer, él le propinó un puñetazo en el ojo. Ese ataque quedó registrado en un parte médico, y años después le supuso una condena de seis meses por maltrato, aunque no llegó a entrar en prisión al no tener antecedentes. Para la familia, aquel golpe fue el prólogo de algo mucho peor.
Las horas previas a la desaparición parecían normales: día en Córdoba, compras, una llamada a su madre para contarle que había encontrado “una chaqueta preciosa”, regreso a Aguilar y descanso en casa. Los investigadores reconstruyeron después que, tras acostarse, Angelines recibió una llamada y, poco después, alguien hizo sonar el claxon en la calle. No cogió bolso ni documentación: salió como quien baja a hablar un minuto con alguien de confianza. Desde entonces, nada. Ni testigos, ni cámaras, ni un itinerario claro.
Con el paso de los meses, las búsquedas se hicieron más técnicas y más oscuras. Se rastrearon propiedades, obras y terrenos relacionados con el exmarido; se levantaron suelos, se revisaron fosas sépticas y pozos; se examinaron inmuebles y fincas donde él había trabajado. Cada nueva batida empezaba con esperanza y terminaba con la misma frase: “sin resultados positivos”. El expediente crecía, pero el vacío también.
En 2011 y 2012, la causa judicial llegó a reabrirse para practicar nuevas diligencias, apoyada en la figura de un testigo protegido y en la insistencia de la familia, que nunca ha dejado de señalar al exmarido. Sin embargo, la falta de pruebas directas ha impedido hasta hoy sentarlo en el banquillo por algo más que violencia de género. Sigue siendo el único investigado, pero no hay una acusación firme por desaparición o asesinato.
Una década después, la tecnología ofreció una nueva esperanza. En 2018, la familia aportó a la Guardia Civil un informe criminológico y pidió analizar en profundidad dos teléfonos móviles clave: el de Ángeles y el de su exmarido. La idea era reconstruir posiciones, tiempos y recorridos aquella noche del 2 de marzo de 2008. La petición reavivó el caso en los medios, pero, al menos de forma pública, no trascendieron hallazgos definitivos.
En marzo de 2023 y 2024, coincidiendo con el 15º y 16º aniversario, la familia Zurera volvió a ponerse delante de los micrófonos. Insistieron en lo que repiten desde el primer día: Angelines no se fue voluntariamente. Tenía dos hijos, planes, trabajo, estaba rehaciendo su vida. No había dejado notas, ni señales de fuga. Para ellos, es un crimen machista sin cuerpo, y el silencio pesa tanto como la ausencia.
En agosto de 2024, un “chivatazo” llevó a la Guardia Civil a una finca agrícola entre Monturque y Cabra, en la campiña cordobesa. Equipos de Policía Judicial, georradar y especialistas en subsuelo rastrearon durante horas los alrededores de una antigua depuradora y otras zonas señaladas. Se recogieron muestras, se removió tierra que había sido alterada años atrás, se vivieron minutos de tensa expectativa. Cuando terminaron, la frase fue demoledora: “no se ha localizado nada positivo”. Otra vez, la nada.
Pese a ese resultado, la búsqueda no se ha detenido. La parte judicial del caso está archivada de forma provisional, pero la investigación policial sigue abierta. Cada nueva pista, cada llamada anónima, cada aparente detalle vuelve a poner en marcha a los agentes y a la familia, que se niegan a aceptar que la historia de Ángeles termine en una cuneta invisible. “Estamos seguros de que está sin vida”, decía su hermano Antonio en 2025, “pero necesitamos encontrarla”.
Mientras, en Aguilar de la Frontera, su foto continúa en farolas, paredes y perfiles de redes. Cada 2 de marzo, familiares, vecinos y asociaciones de desaparecidos se reúnen para recordarla y para repetir lo que ya se ha convertido en consigna: que nadie normaliza una desaparición así, que nadie olvida a Angelines. Su caso se cita ya como ejemplo de la falta de protección para las familias de desaparecidos y de los límites del sistema cuando no hay cuerpo… pero sí sospechas muy concretas.
La historia de Ángeles Zurera es, al mismo tiempo, un misterio policial y un espejo de violencia de género sin cerrar: una mujer que desaparece en plena noche tras una llamada, un exmarido violento como único investigado, años de rastreos en fincas y obras, y una familia que vive atrapada entre el duelo imposible y la esperanza de, al menos, poder enterrarla.
Porque Angelines no es sólo una foto en blanco y negro. Es una casa que quedó a medio recoger, una chaqueta nueva que nunca se estrenó y una llamada nocturna que nadie ha explicado. Hasta que la tierra hable, su nombre seguirá repitiéndose como un susurro incómodo en los campos de Córdoba: ¿dónde está Ángeles Zurera?
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