Francisco Ruiz Martínez: el abuelo que salvó a sus nietos y la DANA se llevó para siempre


El 29 de octubre de 2024, la DANA que arrasó la provincia de Valencia convirtió el municipio de Monserrat en uno de sus escenarios más brutales. Allí, en un aparcamiento de un polígono comercial, un hombre de 64 años, vecino de Úbeda pero afincado en la zona, se convirtió en héroe sin saber que estaba firmando su propia desaparición: se llamaba Francisco Ruiz Martínez.

Aquella tarde, las lluvias ya eran torrenciales. Francisco había salido en coche con dos de sus nietos, de apenas cinco y diez años. El agua bajaba como un muro desde los barrancos cercanos cuando su vehículo quedó atrapado en el aparcamiento, junto a un supermercado. En segundos, lo que era una tarde cualquiera se convirtió en una trampa de agua y barro.

La riada levantó el coche, lo empujó y lo arrinconó contra una palmera y varias señales de tráfico. Dentro, el pánico: los niños lloraban, el nivel del agua subía y la corriente amenazaba con volcar el vehículo. En ese caos, Francisco hizo lo único que un abuelo puede hacer: pelear por sus nietos. Rompió la ventanilla, los agarró y, con esfuerzo, los subió al techo del coche para mantenerlos a salvo por encima del agua desbocada.



Durante casi dos horas, cuenta la familia, el coche siguió resistiendo, golpeado una y otra vez por la corriente. Los niños se aferraban al “yayo”, temblando de frío y de miedo. Algunos testigos del polígono recuerdan la escena: el coche atrapado, la riada descontrolada, la sensación de que todo dependía de segundos y de un milagro que no llegaba.

Y entonces ocurrió lo que sus nietos nunca han podido olvidar. En un momento de inestabilidad, Francisco perdió el equilibrio, resbaló y la corriente lo arrancó del techo del coche. Los pequeños solo pudieron decir después una frase que ha quedado grabada para siempre en la familia: “El yayo se cayó y el agua se lo llevó”. Desde ese instante, nadie volvió a verlo.

Los servicios de emergencia lograron rescatar a los niños con vida entre el barro y los restos arrastrados por la riada. Pero el agua ya se había tragado a Francisco. Esa misma noche se activó un dispositivo de búsqueda que se mantendría durante días: efectivos de la Guardia Civil, bomberos, unidades de rescate y voluntarios peinaron barrancos, acequias y cauces en torno a Monserrat y aguas abajo. Sin rastro.



Con el paso de las horas, el caso de Francisco Ruiz Martínez se convirtió en uno de los rostros más reconocibles de la tragedia de la DANA en Valencia, que dejó más de dos centenares de víctimas mortales en la provincia. Mientras se multiplicaban las historias de vecinos arrasados por el agua, el relato del abuelo que salvó a sus nietos y desapareció arrastrado por la corriente caló en todo el país.

Los días se transformaron en semanas. La familia siguió el curso del agua: desde el entorno de Monserrat hasta tramos del río Magro y zonas de la Ribera Alta. Se organizaron vigilias, se colocaron flores, se pegó su foto en farolas y comercios. En cada entrevista, hijos y nietos repetían la misma idea: no querían hablar solo de “un desaparecido”, sino de un hombre que había dado la vida por sus nietos.

Tres meses después del desastre, de acuerdo con el Código Civil y con las normas específicas dictadas tras la DANA, la Justicia declaró oficialmente fallecidos a los tres últimos desaparecidos vinculados a la riada, entre ellos Francisco Ruiz Martínez, aunque sus cuerpos no hubieran sido recuperados. A efectos legales, la administración debía avanzar; para la familia, la herida seguía tan abierta como el primer día.



En junio de 2025, la Guardia Civil reanudó las batidas en el cauce del Júcar y en tramos críticos de la red fluvial donde podía haberse desplazado el cuerpo, utilizando equipos subacuáticos, drones y tecnología de geolocalización. Fue una nueva esperanza… que terminó de nuevo en silencio: ningún resto vinculado a Francisco fue localizado. La búsqueda oficial continúa, aunque cada vez con menos margen material.

Mientras tanto, los medios han ido reconstruyendo quién era ese hombre antes de convertirse en símbolo. Su nieta, de cinco años, lo recordó así en un reportaje reciente: “Le gustaba pintar, contaba chistes, le gustaba la música, la guitarra, el piano. Le quiero mucho y le estoy echando de menos”. Detrás del titular sobre la DANA, había un abuelo que tocaba, reía y llenaba de historias las tardes de familia.

El caso de Francisco Ruiz Martínez se ha quedado también pegado al debate sobre la gestión de la emergencia: los tiempos de reacción, las alertas, las decisiones sobre carreteras y zonas inundables. Pero para su familia, todo eso es ruido de fondo. Ellos solo saben que aquel 29 de octubre su padre y su abuelo hizo lo que tenía que hacer: proteger a los niños, aunque el agua no le diera opción a nada más.



Hoy, el nombre de Francisco sigue flotando entre dos orillas: en los listados oficiales figura como una de las víctimas de la DANA de 2024; en casa, sigue siendo “el yayo”, el hombre que se subió a un coche convertido en isla para salvar a sus nietos. La naturaleza se lo llevó en un rugido de agua, pero su gesto quedó grabado como un faro entre tanta oscuridad: a veces, en mitad de la pesadilla, alguien elige ser luz.

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