Aquella franja horaria —entre la parada y el encuentro previsto— es el hueco negro del caso: unos quince minutos que nadie ha podido reconstruir de forma concluyente, sin cámaras útiles ni testigos firmes que la sitúen más allá del centro de Motril. Con el amanecer, la familia denunció la desaparición y la Guardia Civil abrió diligencias.
La búsqueda inicial cribó zonas de feria, vías de salida de la ciudad y entornos de mar y cañaverales. No hubo rastro de su ropa, ni del bolso, ni del billete de autobús. Se revisaron llamadas, amistades y horarios; el itinerario seguía muerto en el mismo punto: el centro urbano abarrotado por las fiestas.
Los años siguientes dejaron pistas, detenciones y giros que se agotaron sin resultados. La instrucción pasó por fases de actividad y sobreséeres provisionales, a la espera de un indicio sólido. En 2015, por razones civiles (herencias y tutela familiar), los padres pidieron al juzgado la declaración de fallecimiento de su hija, trámite doloroso que no cerraba la investigación penal.
El nombre de Tony King —condenado por los asesinatos de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes— irrumpió en 2008: desde prisión señaló a su antiguo amigo Robert Graham como responsable de la muerte de María Teresa. Se exploró esa línea sin éxito y, años después, la familia ha pedido un careo entre ambos para evitar que esa pista se evapore definitivamente.
A falta de pruebas periciales o hallazgos materiales, la causa osciló entre hipótesis: captación en entorno festivo, traslado forzado o hecho violento encubierto. Ninguna alcanzó umbral probatorio. La ausencia de cuerpo, de objetos y de señales digitales —era el año 2000— explica por qué el caso sigue sin resolución, pese a múltiples relanzamientos.
En noviembre de 2024, coincidiendo con el 24º aniversario, la familia lanzó un llamamiento público: cualquier dato —por mínimo que fuera— podría marcar la diferencia. Abrieron un canal anónimo de contacto para recibir pistas, insistiendo en que no se buscaban responsabilidades sino verdad.
El 25º aniversario (agosto de 2025) reactivó la memoria colectiva: actos en Motril, presencia de Paco Lobatón y de asociaciones de desaparecidos, 25 globos blancos en el monolito que recuerda a la joven, y un mensaje que se repite cada año: “Alguien tuvo que ver algo”. La familia pidió de nuevo colaboración ciudadana.
La prensa provincial y nacional volvió a ordenar la cronología: última imagen de una noche de feria, el punto cero en la parada, el plan del concierto que no ocurrió, y la franja en sombra que desde entonces divide la vida de Motril en un antes y un después. A día de hoy, los titulares son los mismos: sin pistas concluyentes.
Entre las peticiones de la familia figura mantener vivas diligencias complementarias (careos, cribado de testimonios antiguos, cruce de viejos listados de vehículos y personal estacional de feria), porque en desapariciones de larga duración una palabra nueva o un cruce de base de datos puede abrir una puerta años después.
El caso se ha convertido también en un emblema de los límites del sistema cuando faltan pruebas físicas: sin restos, sin escena, sin geolocalización, la verdad depende de la memoria social y de quienes pudieron ver algo y callaron. Por eso los aniversarios tienen sentido: renuevan la pregunta en la ciudad y en la costa.
Veinticinco años después, Teresa Martín y Antonio Fernández siguen apareciendo en medios, recordando a su hija y pidiendo que nadie olvide aquella noche de agosto. “Que diga de una vez dónde está —claman—, para poder encontrar la paz que perdimos hace 25 años”. La paz, aquí, se llama certeza.
María Teresa Fernández desapareció a los 18 años. Hoy tendría 43. Mientras no haya una pieza nueva, su nombre seguirá siendo una pregunta abierta en Motril. Si estuviste en el centro de Motril la noche del 17 al 18 de agosto de 2000 y recuerdas algo —un coche, un gesto, un rostro—, habla con la Guardia Civil o con las asociaciones de desaparecidos. A veces, la verdad llega de un recuerdo tardío.
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