La mañana del 24 de mayo de 2019 en New Canaan, Connecticut, parecía escrita en rutina: Jennifer dejó a sus cinco hijos en la escuela y volvió a casa. Ya no respondió llamadas, ni llegó a sus citas. Cuando amigos y niñera dieron la alerta, la policía halló una escena que no perdona errores: la casa ordenada, el coche en el garaje… y un silencio que, desde entonces, no ha soltado a nadie. Un juez terminaría declarando oficialmente muerta a Jennifer en octubre de 2023, pero ese día —a plena luz— fue cuando todo se rompió.
El garaje habló antes que cualquiera: salpicaduras de sangre, signos de una limpieza apresurada, y lo suficiente para que el forense concluyera que allí hubo una agresión con heridas “no supervivientes” sin atención médica. En la cocina, un detalle helado clavó la sospecha: la sangre de Jennifer mezclada con el ADN de su exesposo, Fotis Dulos, en el grifo. No era una ausencia inexplicable: era un crimen doméstico maquillado a toda prisa.
La ciudad siguiente en el mapa se llama Hartford. A las 7:30 p. m. de ese mismo día, cámaras de Albany Avenue captaron a Fotis deteniéndose una y otra vez para tirar bolsas en distintos contenedores, con Michelle Troconis en el asiento delantero. De esos tachos salieron un poncho, guantes, bridas (zipties), un destornillador, un mango de mopa doblado… y, dentro de una bolsa anudada, una camisa Vineyard Vines y un sostén, todo con “sustancia similar a sangre”. Los análisis apuntaron a lo inevitable: era sangre de Jennifer. También aparecieron matrículas alteradas arrojadas a una alcantarilla.
El guion —literal— se asomó en Farmington: agentes incautaron unas “alibi scripts”, cronogramas manuscritos que intentaban cuadrar tiempos y coartadas. La ruta de un pick-up rojo Toyota Tacoma (de un empleado de Fotis) quedó grabada camino a New Canaan esa mañana, y ese mismo empleado declaró que Fotis lo presionó para limpiar el camión y reemplazar asientos; él guardó los viejos, y la sangre habló por todos. El rompecabezas ya no era teórico: tenía relojes, cámaras y papeles.
La ley avanzó por carriles paralelos. Fotis fue arrestado por asesinato y secuestro; antes del juicio, en enero de 2020, se quitó la vida. En marzo de 2024, un jurado declaró a Michelle Troconis culpable (conspiración para asesinar, dos conspiraciones y dos cargos de manipulación de evidencias, y encubrimiento). El 31 de mayo de 2024 fue sentenciada a 20 años, de los cuales deberá cumplir 14 años y medio (un juez vacó uno de los cargos de conspiración por doble incriminación). La orden es clara, aun sin cuerpo: la justicia considera que Jennifer fue asesinada ese día.
En junio de 2025, el tercer imputado —el abogado y amigo de Fotis, Kent Mawhinney— llegó a un acuerdo: la fiscalía retiró la conspiración para homicidio y él se declaró culpable de interferir con la policía; recibió una pena equivalente al tiempo ya cumplido. Jennifer sigue sin aparecer. Y, sin embargo, su caso dejó huellas que no se lavan: bolsas negras en Hartford, un garaje que jamás debió mancharse, papeles de alibi y una frase que duele escribir: a veces el monstruo no llega desde fuera; entra con llave, conoce la casa y te llama por tu nombre.
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