Tenía cinco años y el mundo cabe en una bicicleta rosa. A las 19:00 del 1 de octubre de 2012, en la urbanización Bryn-y-Gog de Machynlleth (Gales), un testigo vio a April Jones subir a una furgoneta clara sin señales de forcejeo. El conductor era Mark Bridger, un vecino conocido en el pueblo. En minutos, el crepúsculo se tragó una rutina y encendió una pesadilla.
La respuesta fue descomunal para una localidad pequeña: equipos de Dyfed-Powys Police coordinaron la que describieron como su mayor operación de búsqueda, con hasta 160 agentes peinando cientos de puntos, apoyados por helicópteros y por centenares de voluntarios que rastrearon riberas, bosques y cunetas a cualquier hora. Durante días, Gales entero pareció caminar con la familia Jones, esperando encontrar siquiera una pista en el barro.
Las primeras certezas no llegaron del bosque, sino de una casa. En el cottage alquilado por Bridger, la policía halló manchas de sangre de April en la puerta de la lavadora, en una cortina de ducha y en el pantalón de chándal del sospechoso; un perito explicó al jurado que la distribución de sangre en el salón sugería que la niña estuvo tendida allí “perdiendo sangre” durante un tiempo. En la chimenea, una antropóloga recuperó minúsculos fragmentos óseos quemados, compatibles con un cráneo humano infantil. Era la clase de verdad que no necesita cuerpo para hablar.
Bridger intentó imponer un relato: dijo que había atropellado accidentalmente a April y que, borracho y en pánico, no recordaba qué hizo después. La fiscalía dibujó otra escena: secuestro, agresión y eliminación deliberada de evidencias. Sin cuerpo que enterrar, el caso se sostuvo en fibras, sangre, cronologías y un patrón inquietante de material abusivo hallado en sus dispositivos. El jurado no creyó en el “accidente”.
El 30 de mayo de 2013, en el tribunal de Mold, Mark Bridger fue declarado culpable de secuestro, asesinato y de obstaculizar la justicia. El juez le impuso una “whole life order”: prisión de por vida sin posibilidad de libertad condicional. La sentencia fue tan clara como la ausencia: April no iba a volver, y su asesino no iba a salir.
La herida siguió abierta en la ciudad. Cientos de personas despidieron a April en septiembre de 2013, mientras el cuerpo permanecía sin aparecer. Un año después, el gobierno galés compró y derribó la casa donde se cree que fue asesinada, para levantar en su lugar un jardín en su memoria. En Machynlleth aprendieron, a fuerza de vigilia, que el peligro no siempre llega con capucha: a veces lleva un rostro familiar, te llama por tu nombre… y te invita a subir a una furgoneta.
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