La esposa que nunca volvió: Stacy Peterson y la verdad que sigue bajo el agua


 Tenía 23 años, dos hijos pequeños y la apariencia de una vida estable en Bolingbrook, Illinois. Estaba casada con Drew Peterson, sargento de policía 30 años mayor, y a su entorno más cercano le había confesado que quería irse. El domingo 28 de octubre de 2007, Stacy dejó de contestar el teléfono: a las 10:15 a. m. aún hablaba con una amiga —iba a ayudarla a pintar— y después desapareció. Su nombre entró a los registros como persona desaparecida; su rostro quedó pegado a postes y páginas para siempre. 

Drew dijo a quien quisiera oírlo que Stacy “se fue con otro hombre”. La familia no lo creyó: Stacy no abandonaría a sus hijos. El contexto helaba: tres años antes, en marzo de 2004, la tercera esposa de Drew, Kathleen Savio, había aparecido muerta en una bañera “accidental”. Tras la desaparición de Stacy, exhumaron a Savio; la nueva autopsia cambió el relato: homicidio. El telón perfecto de “accidente doméstico” se vino abajo y el caso Peterson ya no fue una historia, sino dos entrelazadas. 


Las piezas oscuras no tardaron en salir. El padrastro de Stacy, Thomas Morphey, declaró bajo juramento que la tarde de la desaparición ayudó a Drew a cargar un gran barril azul “caliente al tacto” en la camioneta; nunca volvió a ver ese barril y los equipos de búsqueda lo han rastreado durante años sin hallarlo. Ese mismo entorno contaría que, días previos, Drew tanteó a su propio familiar con una pregunta macabra: “¿Me amas lo suficiente como para matar por mí?”. La ciudad supo entonces que no buscaba solo a una mujer; buscaba la respuesta a una coartada. 

La justicia llegó primero por la muerte previa. En 2012, un jurado declaró a Drew Peterson culpable del asesinato de Kathleen Savio; el veredicto se apoyó en buena parte en testimonios “de oídas” permitidos por la doctrina de pérdida de derecho por mala conducta (forfeiture by wrongdoing). Entre ellos, el del pastor de Stacy, Neil Schori, y el del abogado Harry Smith: Stacy —antes de desaparecer— contó que Drew le pidió mentir sobre dónde estuvo la noche en que Savio murió. La Corte Suprema de Illinois confirmó la condena y la admisibilidad de esas palabras. 


En febrero de 2013, el juez impuso 38 años de prisión por elasesinato de Savio. Y cuando parecía que no podía hundirse más, llegó otro golpe: en 2016, un jurado lo halló culpable de intentar contratar un sicario para asesinar al fiscal que lo había llevado a juicio; sumó 40 años adicionales. Aun así, Stacy sigue desaparecida y él continúa siendo el único gran sospechoso a ojos de los investigadores. La cronología judicial tiene puntos finales; la de una persona ausente, no. 

Queda lo insoportable: una madre joven que habló de irse y nunca pudo hacerlo, una coartada repetida a cámaras, un barril que nadie encuentra y una familia que, a casi dos décadas, sigue buscando un lugar donde llorarla. En Pesadillas en tu pantalla, la lección se escribe sin metáforas: el peligro no siempre lleva capucha; a veces viste uniforme, firma reportes, conoce tus rutinas y duerme en tu cama. Si alguien vio, escuchó o sabe dónde terminó el camino de Stacy, que hable. Porque lo más aterrador no es estar con un desconocido… sino con quien juró protegerte hasta el final.



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