Parecían una familia de postal: Rob Andrew, 39 años, ejecutivo en Oklahoma; Brenda, ama de casa, sonrisa impecable; dos hijos que aún jugaban a carreras en el pasillo. El 20 de noviembre de 2001, Rob entró al garaje de su casa creyendo que recogería a los niños. Allí lo esperaban balas. Brenda, con una herida leve en el brazo, contó que dos asaltantes los habían sorprendido. Horas después, la coartada se rompería como el silencio de ese garaje.
Detrás de la fachada, el guion llevaba meses escribiéndose: Brenda mantenía una relación con James Pavatt, agente de seguros y viejo conocido; juntos habían maniobrado millonarias pólizas y, para sembrar miedo, enviaron amenazas anónimas “contra la familia” y hasta pintaron mensajes en la casa. La escena del crimen intentó parecer un asalto; la motivación olía a dinero y a huida. Hubo, incluso, un “ensayo”: semanas antes, alguien cortó las líneas de freno del coche de Rob. El teatro terminó en dos disparos de escopeta.
La investigación caminó con pruebas contundentes. Los “emails” amenazantes salieron del propio entorno de Brenda; el rastro de pólizas apuntaba a Pavatt, y el relato del asalto tropezó con cronologías y marcas forenses. Antes del funeral de Rob, Brenda y Pavatt cruzaron a México con los niños; fueron arrestados al regresar y se convirtieron en el centro de un caso donde la palabra “amiga” quedó manchada para siempre.
Los veredictos llegaron en dos actos. Un jurado condenó primero a James Pavatt a muerte; después, en 2004, otro jurado declaró a Brenda Andrew culpable de asesinato en primer grado y la envió también al corredor de la muerte. Las sentencias se sostuvieron en apelaciones estatales y federales durante años: el “asalto” era un montaje, la póliza un móvil, el romance la bisagra de la traición.
Pero la historia judicial no terminó ahí. El 21 de enero de 2025, la Corte Suprema de EE. UU. anuló la decisión que había rechazado su habeas y ordenó al Décimo Circuito reexaminar si el juicio de Brenda fue “fundamentalmente injusto” por la admisión de evidencia sexual y de estereotipos de género irrelevantes; sigue siendo la única mujer en el corredor de la muerte de Oklahoma mientras los jueces reconsideran su caso. Pavatt, por su parte, permanece condenado a muerte y, según reportes, con sus apelaciones agotadas. La sombra de aquel garaje aún se proyecta en los tribunales.
Rob confió en que iba a ver a sus hijos; encontró una emboscada escrita por quien dormía a su lado. En Pesadillas en tu pantalla, su nombre recuerda que no siempre es un extraño con un arma: a veces es alguien que fabrica amenazas para ocultar que es el verdadero peligro. Porque lo más aterrador no llega de la nada… se planea a puerta cerrada, con sonrisas ensayadas y pólizas recién firmadas.
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