La casa que ardió con las respuestas: el caso de Susan Powell


Era diciembre de 2009 en West Valley City, Utah. Susan Powell desapareció sin dejar rastro mientras su esposo, Josh, repetía una coartada que sonaba a absurdo: dijo que había salido pasada la medianoche a “acampar” con sus dos hijos, en plena tormenta y con el lunes laboral a horas de empezar. Cuando volvió, aseguró, Susan ya no estaba. Dentro de la casa, los agentes hallaron ventiladores secando una mancha y, días después, sangre compatible con Susan y su bolso intacto. El “viaje relámpago” a un paraje helado no dejó huellas; la sospecha, sí. 

El papel de Susan habló antes que muchos adultos. En su diario y correos, escribió sobre control, manipulación y miedo; sobre un matrimonio que se agrietaba y un futuro que, de repente, ya no veía con Josh. Para la familia, era impensable que se hubiera marchado sin sus hijos. La policía, además, documentó movimientos inquietantes de Josh tras la desaparición: sacó dinero de cuentas de Susan, canceló rutinas, y hasta preguntó a compañeros cómo esconder un cuerpo en minas del desierto de Utah. Nada de eso alcanzó para acusarlo formalmente. El caso quedó abierto… y oscuro. 


El 5 de febrero de 2012 llegó el punto de no retorno. En Graham, Washington, durante una visita supervisada mientras se definía la custodia, Josh abrió la puerta, dejó entrar a los niños y cerró en la cara a la trabajadora social. Minutos después, la casa explotó y ardió: él había saturado de gas la vivienda. Luego se supo lo indecible: antes del incendio, atacó a Charlie (7) y Braden (5) con un hacha. La llamada al 911 de la supervisora, desesperada desde la acera, quedó como un eco que no alcanza a cruzar una puerta cerrada. 

Tras la tragedia, los investigadores cerraron filas: West Valley City dio por hecho que Josh había matado a Susan y que su hermano Michael lo ayudó a ocultar el cuerpo; un año después, Michael se suicidó en Minnesota. El padre de Josh, Steven —condenado por delitos de voyeurismo en un caso aparte— murió en 2018. El expediente penal por la desaparición de Susan nunca llegó a juicio, pero la conclusión oficial quedó escrita en los informes: ella no se fue; a Susan la hicieron desaparecer. 


La justicia civil sí señaló culpables institucionales. En 2020, un jurado dictó que el Estado de Washington falló al permitir visitas que no protegieron a los niños; tras recursos y recortes, en abril de 2023 una corte de apelaciones restituyó íntegramente el veredicto de 98,5 millones de dólares a favor de los padres de Susan, por las muertes de Charlie y Braden. Fue un reconocimiento tardío, pero claro: el sistema no los cuidó a tiempo. 

Hoy, el paradero de Susan sigue siendo una pregunta con nombre y apellidos. Quedan las páginas de su diario, el absurdo de un “camping” a medianoche, una explosión que apagó dos vidas pequeñas y el silencio de quien eligió controlar la narrativa hasta el final. En “Pesadillas en tu pantalla”, su caso nos recuerda que las alarmas no siempre suenan con estruendo: a veces están escritas en un cuaderno, pronunciadas en confidencias, desoídas por rutina. Susan advirtió lo que temía; nadie la escuchó a tiempo. Porque lo más aterrador no es la desaparición en sí… sino la certeza de que alguien cercano planeaba cada paso en silencio. 


Publicar un comentario

0 Comentarios