Fue la noche del 9 de marzo de 1997 en Cornellà de Llobregat (Barcelona). Cristina Bergua, 16 años, salió tras un día convulso, con vaqueros claros y jersey blanco. Lo que parecía un paseo breve se convirtió en el principio de un caso que España aún no ha podido cerrar.
Según la investigación, aquel domingo había quedado con su novio, diez años mayor. Él declaró que, sobre las 21:00, la dejó en la carretera de Esplugues, a cinco minutos de su casa; a las 22:00, su padre ya estaba en comisaría, pero entonces se exigían horas de espera para registrar la desaparición. Nunca volvió.
Lo siguiente fue una búsqueda a contrarreloj: miles de carteles, llamadas y la televisión como altavoz. En ¿Quién sabe dónde? llegó una llamada que heló a la familia: “Papá, ven a buscarme”. La policía rastreó y la pista llevó a Manresa. Era una impostora. Las esperanzas, otra vez, se estrellaban contra el ruido.
El foco recayó en el entorno de Cristina. El novio, Javier Román, fue interrogado varias veces y acudió a “Cas Obert” (TV3); los Mossos y la policía analizaron su relato —que ella se marchó sola— y registraron su vivienda, incluso el alcantarillado conectado al patio, sin hallar rastro biológico concluyente. Nunca fue acusado por estos hechos, pero quedó como el nombre que la investigación no pudo sacar del centro.
Cuatro meses después de la desaparición, una carta anónima señaló los contenedores de Cornellà. Aquello condujo al vertedero del Garraf: semanas de trabajo, maquinaria pesada, un gasto millonario… y nada. Tiempo después se constató que justo la basura de la semana crítica estaba enterrada a más de 30 metros de profundidad, inaccesible. El caso se archivó en mayo de 1998.
En 2002 el expediente pasó a los Mossos d’Esquadra, que reabrieron líneas técnicas (ADN, anónimos). En 2015 llegó un correo cifrado que apuntaba a una zona amplia del delta, en Gavà: apenas dio para inspección preliminar y fotografías; la pista se agotó sin excavaciones. El silencio volvía a ganar tiempo.
La familia convirtió el dolor en motor cívico: fundó Inter-SOS, empujó la unificación de bases de datos y logró que el 9 de marzo se declarara Día Nacional de las Personas Desaparecidas sin Causa Aparente. Un recordatorio anual de que, tras cada expediente, hay una habitación intacta y unos padres que no se rinden.
En 2017, un juzgado tramitó la declaración legal de fallecimiento por razones estrictamente civiles (sucesorias). Fue un trámite doloroso, no una renuncia: Juan y Luisa siempre han repetido que el caso sigue “vivo” mientras no haya verdad ni cuerpo.
El 25º aniversario trajo memoria y piedra: Cornellà inauguró el Espacio Cristina Bergua Vera —monolito y placa— en la confluencia de Palma de Mallorca, Miranda y Mossèn Joaquim Palet, a pocos metros de su casa. Un lugar para nombrarla, para que el barrio no olvide.
¿Qué queda en 2025? Un sumario sin pruebas concluyentes, un mapa de búsquedas que va del río a los vertederos, y un vacío que no prescribe. La pregunta no ha cambiado desde aquella noche: ¿quién se cruzó con Cristina en un trayecto cotidiano y cómo pudo borrarla sin dejar huella? A veces, lo más aterrador no es la sombra lejana, sino el minuto exacto en que la rutina se rompe y nadie escucha el crujido.
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