Según reconstrucciones familiares y periodísticas, aquella noche hubo tensiones domésticas y Ana Belén expresó que necesitaba “coger aire fresco”. Alrededor de las cinco de la mañana del 9 de julio, dejó el domicilio con lo puesto; no llevaba documentación ni dinero, y apenas contaba con medicación para unos días. No había un plan, solo un fuera de plano.
A las 05:00 h, realizó una llamada desde una cabina de la avenida de los Reyes Católicos de Villarrobledo. La conversación con su hermana fue breve y dejó una estampa mínima y cruel: “me queda poco saldo”, y la línea se cortó. Desde entonces, nadie la ha vuelto a ver, y el teléfono quedó como único hilo con el que tirar del tiempo.
No constan billetes de autobús ni movimientos bancarios ni testigos sólidos que indiquen un rumbo posterior. Durante los primeros días, la familia buscó en estaciones, carreteras de salida y puntos habituales; con el paso de las semanas, la ausencia se convirtió en expediente. La hipótesis de una marcha voluntaria nunca convenció en casa.
Con los años, se barajaron teorías: desde una captación por redes de explotación sexual en rutas hacia la costa hasta un traslado inducido por terceros. Nada de ello ha podido probarse; tampoco se hallaron pertenencias que fijen un escenario. La investigación se diluyó entre tiempos procesales y silencios administrativos.
Hubo un indicio inquietante que la familia considera desatendido: poco después de la desaparición, alguien llamó al Registro Civil para verificar datos de Ana Belén. Aquella gestión, que pudo ser una simple consulta… o una maniobra de control de identidad, no llevó a ninguna identificación ni a un responsable.
La huella pública no desapareció. Asociaciones locales y el Ayuntamiento han sostenido actos de memoria —incluido un monolito y jornadas de visibilización— para que el nombre de Ana Belén no quede reducido a una ficha. La herida, en todo caso, sigue abierta: el paso del tiempo no aportó certezas, y el barrio todavía pronuncia su ausencia en voz baja.
En lo oficial, el caso continúa activo en registros nacionales y de organizaciones civiles. La entrada en el Centro Nacional de Desaparecidos (CNDES) consigna la desaparición en Villarrobledo en 1994; su ficha en redes de búsqueda sigue circulando cada aniversario, empujada por familiares y vecinos que se niegan a archivar la esperanza.
Treinta años después, la imagen es la misma: una madrugada de julio, una cabina en Reyes Católicos, una frase que se apaga con el saldo… y todo lo que falta. El mapa de lo posible se agotó sin llegar a una orilla; la familia no pide teorías, pide pruebas. Y detrás de las cifras, una joven de 18 años que no debía caminar sola hacia la estadística.
Si estuviste en Villarrobledo la madrugada del 9 de julio de 1994, si recuerdas movimientos inusuales cerca de la avenida de los Reyes Católicos, taxis, coches parados o un rostro que hoy reconoces, tu memoria puede ser pieza de cierre: en casos así, un detalle aparentemente pequeño cambia la historia completa. Llama y deja constancia; en desapariciones de larga duración, cada dato suma y, a veces, por fin, abre una puerta.
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