Angela Celentano: la niña que desapareció en Monte Faito (Italia, 1996) y nunca volvió



Era 10 de agosto de 1996. Un día de campo con la parroquia, meriendas y fotos entre pinos en el Monte Faito, Campania. Angela Celentano, 3 años, cabello oscuro y ojos grandes, jugaba a pocos metros de su madre. Bastaron segundos: cuando la llamaron para volver al grupo, la niña ya no estaba. Ni un grito, ni un paso apresurado, ni una sombra en fuga. Solo un hueco imposible en mitad de la multitud.

La búsqueda fue inmediata y feroz. Voluntarios peinaron barrancos y senderos, los helicópteros dibujaron círculos sobre el bosque, los perros trazaron rutas que se deshacían en la maleza. No hubo huellas frescas ni ropa abandonada, ningún coche sospechoso, ningún extraño al que aferrarse. El monte, de golpe, pareció más grande que nunca.

Italia entera aprendió un nuevo miedo: desaparecer a la vista de todos. La cronología encajaba, la geografía era acotada, pero el relato no tenía desenlace. ¿Se cayó? ¿Se escondió? ¿Alguien la tomó de la mano y caminó con calma hasta fuera del cuadro? Cuando el silencio es tan perfecto, una desaparición se convierte en un enigma nacional.



Con el tiempo llegaron teorías como ecos en una cueva: secuestro planificado, venganza, adopciones ilegales. A la familia le llovieron llamadas anónimas, cartas con promesas, fotografías de niñas “idénticas”. Cada pista encendía una llama que pronto se apagaba, dejando humo y un poco más de oscuridad.

Catorce años después, en 2010, una chispa atravesó el océano: una joven mexicana escribió asegurando ser Angela. Decía llamarse Celeste Ruiz; adjuntaba fotos, detalles, una vida nueva. El parecido era inquietante y los titulares saltaron antes que los peritajes. Por unas horas, el país creyó haber encontrado a la niña del bosque.

El golpe llegó con la frialdad de los informes: la identidad era falsa, las imágenes robadas, el rastro digital una farsa que cruzaba continentes. La esperanza se hizo añicos y las heridas, que nunca habían cerrado, volvieron a sangrar. No hay mentira más cruel que la que se viste de abrazo.



La familia Celentano no se detuvo. Mantiene activa una web, trabaja con Interpol, autoriza retratos de progresión de edad, responde a cada aviso que no huela a humo. De forma intermitente, la Fiscalía reabre líneas y coteja ADN en bancos internacionales. En 2023 se habló de nuevas comprobaciones genéticas: prudencia, trabajo sordo, ninguna confirmación pública.

Mientras tanto, el Monte Faito se volvió un lugar con memoria. Los guías señalan un claro, los visitantes preguntan en voz baja, los vecinos pronuncian su nombre como si aún pudiera escucharse. “No quiero justicia, solo quiero abrazarla”, dijo su madre, Maria, en una entrevista. Hay frases que se quedan colgadas de los árboles.

Si estuviera viva, Angela tendría hoy poco más de treinta años. Los retratos forenses la imaginan con la mirada firme de una mujer adulta; la historia insiste en recordarla con un vestido de verano y las rodillas raspadas de jugar. Dos tiempos que no se tocan, dos vidas colgadas del mismo hilo invisible.



¿Cómo puede una niña desvanecerse entre decenas de personas sin que nadie la vea irse? ¿Y qué hace una madre con un silencio que no da respuestas, solo preguntas que, desde 1996, no han dejado de resonar en el bosque?

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