Doble crimen del pantano de Susqueda: Paula, Marc y el secreto que enterró el agua


 

Agosto de 2017, Girona. Paula Mas (21) y Marc Hernández (23) cargan un kayak, algo de ropa y la idea sencilla de dormir en el coche para remar al amanecer. Los ven sacar dinero en un cajero de La Cellera de Ter y tomar algo en La Parada del Pasteral. Después, el embalse de Susqueda se los traga: los móviles enmudecen, las cámaras ya no cuentan nada, el mapa queda en blanco.

El agua devuelve primero una pista: el kayak, rajado y con piedras dentro, flotando donde no debía. Luego aparece el Opel Zafira de Paula: a siete metros de profundidad, con las ventanillas bajadas, la primera metida y las llaves puestas, como si alguien quisiera que se hundiera sin ruido. No hay accidente que explique ese guion; hay manos.

Las semanas pasan hasta que el nivel baja y el pantano suelta lo que ocultaba. A Paula la encuentran atrapada entre rocas; a Marc, flotando. Ambos desnudos, lastrados con piedras. El forense fija el horror: disparos —Paula, en la cabeza— y heridas de arma blanca en Marc. Nadie habla, salvo el embalse.



Esa orilla, hermosa y hostil, desdibuja tiempos y distancias. El viento borra voces; la lámina de agua firma pactos con el silencio. Lo que pudo ocurrir en minutos exige años de reconstrucción: entradas y salidas sin testigos, una noche sin cámaras, una primavera de indicios cansados.

Un nombre asoma en los márgenes: Jordi Magentí Gamell. En 1997 mató a su exesposa; aquel pasado pesa. Los investigadores lo sitúan en la zona de Rierica, pescando, con su Land Rover moviéndose cerca del escenario. El patrón encaja a medias, suficiente para detenerlo, insuficiente para cerrar la historia.

Diciembre de 2018 trae un golpe seco a la causa: tras meses de prisión preventiva, la Audiencia de Girona deja a Magentí en libertad sin fianza. En enero de 2019, los magistrados ponen en entredicho los informes que lo apuntaban, y el caso vuelve a respirar agua fría: sospecha sin autor, expediente sin juicio. 



Los Mossos no sueltan el hilo. En 2022 prueban una idea vieja como la pólvora: si hubo disparos, el pantano los oyó. Montan un ensayo acústico para entender cómo viaja el sonido en Susqueda y si lo que varios vecinos dijeron escuchar aquella mañana pudo salir de ese espejo de agua. La ciencia no da certezas absolutas, pero recorta sombras.

Faltan piezas: el arma no aparece, el ADN no grita, el agua deformó lo bastante como para que cada certeza llegue con una duda pegada. La instrucción suma diligencias, informes, vueltas al mismo plano: kayak rajado, coche hundido, piedras como firma. Y, aun así, la línea entre lo probado y lo probable sigue siendo un filo.

A 2025, la causa continúa abierta en Girona: nuevo juez instructor, más trámites, y la certeza de que, cuando llegue, será un jurado popular quien escuche la historia entera de Susqueda. No hay fecha cerrada; hay una espera que pesa como el pantano al caer la tarde.



Porque lo que aterra aquí no es solo el doble crimen: es la elegancia con que el agua esconde lo esencial. ¿Quién hundió el coche con las ventanillas abiertas? ¿Quién decidió lastrar cuerpos con piedras como si el embalse fuera sótano? ¿Cuántas veces más puede una noche convertir la naturaleza en cómplice y al silencio en verdugo?

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