El doble misterio de Dos Hermanas: 300 metros que nunca llegó a recorrer (Josué Monge) y la desaparición de su padre


 Era la tarde del 10 de abril de 2006 en Dos Hermanas (Sevilla). Josué Monge, 13 años, pidió permiso para ir en su bici azul a casa de un amigo —apenas 300 metros— y quedarse a dormir. Una rutina de barrio, un trayecto corto, una promesa de volver por la mañana. Nunca llegó. 

A la mañana siguiente, al no presentarse a la hora acordada, su madre acudió a comisaría. Al principio, la hipótesis policial coqueteó con una fuga: se dijo que llevaba la bicicleta, unos 30 euros y una mochila, y arrastraba malos resultados escolares. Pero la pista se enfrió con rapidez: nadie lo vio llegar a su destino y ninguna búsqueda en calles o descampados dio resultado. 

Trece días después, el caso dio un giro siniestro: desapareció su padre, Antonio Monge. Salió con su furgoneta blanca y no volvió. Durante semanas, la Guardia Civil rastreó el Guadalquivir con helicópteros y patrullas, revisó carreteras y márgenes, y comprobó que no había movimientos en sus cuentas bancarias. Ni rastro del padre, ni de la furgoneta, ni de la bicicleta. El silencio se hizo doble.



Con el paso de las horas, afloró un trasfondo inquietante en el hogar: la madre de Josué había denunciado años de malos tratos y, según contó, comunicó su decisión de separarse pocas semanas antes de la desaparición. Aquel 10 de abril —un lunes— el niño salió en bici; esa misma noche, la familia entró en un túnel del que no ha salido. 

Las pesquisas acumularon negativas: ni cámaras útiles, ni testigos sólidos, ni hallazgos materiales. La investigación rebotaba entre hipótesis incompatibles con la realidad física de Dos Hermanas: un trayecto corto, casas habitadas, calles conocidas… y, aun así, ningún rastro. La ciudad se empapeló con su rostro; el expediente, con preguntas.

Con el tiempo, los investigadores barajaron dos escenarios principales: que el padre se hubiera llevado al menor y ambos hubieran terminado muertos —por accidente o suicidio— en un punto aún no localizado; o que hubiera huido al extranjero con el niño, amparado por una red o por nuevas identidades. Llegaron incluso avisos de supuestos avistamientos en mercadillos meses después, pero ninguno cristalizó. Todo se quedó en niebla. 



Mientras tanto, la ficha de Josué siguió activa en organizaciones especializadas en desaparecidos. La Fundación QSDglobal mantiene su alerta: “desaparecido desde el 10/04/2006, Dos Hermanas (Sevilla)”. El tiempo corre, la ausencia no. 

Año tras año, medios locales y nacionales rescatan su nombre. “Dieciocho años después, Dos Hermanas no olvida a Josué”, titulaba la prensa andaluza, recordando que su caso sigue sin resolución y que la doble desaparición —hijo y padre— es uno de los enigmas más duros de la crónica negra reciente en la provincia. 

Quedan las preguntas que duelen: ¿cómo se esfuma un niño en un trayecto de 300 metros sin que nadie lo vea? ¿Fue un rapto de oportunidad, un crimen doméstico encubierto, una huida planificada? ¿Por qué nadie encontró jamás la furgoneta, la bici, una prenda, una señal inequívoca que cerrara el círculo?


Porque a veces, lo más aterrador no es la oscuridad de un callejón, sino el vacío que se abre en plena rutina: una puerta que se cierra, una bici que sale… y un regreso que jamás sucede. En Dos Hermanas, el reloj sigue parado desde aquel lunes de abril. Y la verdad, si existe, aún no ha querido presentarse.

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