Josefa Padilla Padilla: la mañana que no volvió


A las 6:30 de la madrugada del 3 de septiembre de 2019, en El Cortijuelo —una pedanía de Quesada (Jaén)—, Josefa Padilla Padilla, de 76 años y con alzhéimer avanzado, salió de su casa con un camisón blanco y zapatillas. No llevaba abrigo ni bolso. Era todavía de noche cuando la puerta se cerró detrás de ella y, desde entonces, nadie la ha vuelto a ver.

El entorno es traicionero al amanecer: caminos agrícolas, ramblas y zarzales que desembocan hacia el Guadiana Menor. Desde las primeras horas, la Guardia Civil activó un dispositivo masivo: patrullas a pie, helicóptero, drones, unidades caninas y el Grupo Especial de Actividades Subacuáticas (GEAS) peinando cauces y remansos. Las primeras 48 horas, críticas en cualquier búsqueda, se consumieron sin un solo indicio cierto.

La prioridad fue el río. Por petición de la Subdelegación del Gobierno, se ordenó cerrar las compuertas del embalse del Negratín —aguas arriba— para reducir caudal y facilitar la inspección del Guadiana Menor. Se registraron orillas, islas temporales y alamedas bajas; también acequias, pozas y charcas donde cualquier detalle pudiera haber quedado atrapado. No apareció nada.


El dispositivo se extendió a fincas privadas, caseríos deshabitados y bancales abandonados. Voluntarios de la zona y Protección Civil se sumaron por turnos; se trazaron cuadrículas de rastreo y se repitieron itinerarios en distintos horarios por si el cambio de luz revelaba lo que la mañana escondía. Cada jornada se cerraba con el mismo parte: negativo.

Con el paso de los días, la investigación mantuvo la catalogación de “alto riesgo” por la edad, el diagnóstico y la vestimenta de Josefa. No había rastro de desplazamiento planificado ni de ayuda externa: ni llamadas, ni consumos, ni pistas sobre un trayecto distinto al natural de la pedanía hacia el río. La hipótesis de una marcha voluntaria nunca tuvo anclaje.

Los meses se transformaron en aniversarios. En cada uno, la familia volvió a pedir continuidad: repetir batidas con criterios nuevos, revisar puntos ciegos del cauce cuando bajara el nivel, cruzar partes de hallazgos rurales con alertas de personas ausentes. La ausencia de restos no trajo consuelo; solo ensanchó el interrogante. 


En 2024 y 2025, la historia de Josefa volvió a los medios como símbolo de las búsquedas que no claudican. Programas de servicio público y crónicas provinciales recordaron el caso, dieron voz a la familia y a otras personas en situación similar, y repitieron los datos esenciales para mantener viva la memoria colectiva. La consigna era —y es— sencilla: no acostumbrarse. 

El terreno sigue siendo la gran clave. Las crecidas estacionales del Guadiana Menor y la vegetación de ribera pueden ocultar o desplazar evidencias; por eso, los especialistas insisten en revisar después de episodios de bajante o lluvias, cuando el paisaje “mueve” lo que antes no estaba a la vista. La propia orografía de la Sierra de Cazorla, Segura y Las Villas añade complejidad a cualquier rastreo prolongado. 

Mientras tanto, el lema de la familia resume la tenacidad frente al vacío: “Que no olviden que te espero, que no esperen que te olvide”. Cada concentración, cada nota en prensa, cada recuerdo en las redes cumple una función doble: pedir continuidad institucional y activar la memoria de quien pudo ver algo aquella mañana y aún no lo ha contado. 


Si estuviste en El Cortijuelo o en sus caminos hacia el Guadiana Menor el 3 de septiembre de 2019, cualquier detalle —un horario, una dirección, un encuentro casual— puede importar. Josefa salió con un camisón blanco y zapatillas. El amanecer no la devolvió. La respuesta quizá siga en la memoria de alguien… y una llamada puede cambiarlo todo. 

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