Nuria Escalante: la mujer que entró en un hotel abandonado… y nunca volvió

Sant Antoni de Portmany, Ibiza. 31 de octubre de 2018. Nuria Ester Escalante, 52 años, recién llegada desde Alicante buscando trabajo y un nuevo comienzo, camina por el paseo de s’Arenal al atardecer. Las cámaras la captan junto a un hombre; juntos se dirigen a un edificio en ruinas, un antiguo hotel que muchos evitan al caer la noche. Es la última imagen con vida. Desde entonces, silencio. 

Aquella noche no hubo gritos ni carreras. Solo una secuencia muda: la entrada de dos personas en el hotel… y horas después, el mismo hombre empujando un carro de supermercado con un bulto tapado. La Guardia Civil reconstruyó el rastro con decenas de cámaras de la zona y señaló como principal sospechoso a un varón de 37 años; las imágenes del carrito se convirtieron en la pieza más inquietante del rompecabezas. 

La alarma pública estalló a las dos semanas, cuando su familia denunció que no respondía llamadas y el móvil estaba apagado. En Sant Antoni, agentes y vecinos rastrearon solares, cuevas, taludes y la franja litoral. El caso saltó a portada: una mujer sin pasado en la isla, un círculo reciente de amistades y un vacío imposible. 


Las detenciones llegaron pronto: cinco hombres del entorno donde Nuria se movió en las semanas previas fueron arrestados y enviaron a prisión provisional sin fianza. En habitaciones vinculadas a ellos se hallaron pertenencias de la víctima y restos biológicos que activaron todas las hipótesis. Meses después, todos quedaron en libertad provisional por falta de pruebas concluyentes. La desaparición, entretanto, seguía siendo un crimen sin cadáver. 

Una línea de investigación llevó a un escenario extremo: el vertedero de Ca na Putxa. Durante 67 días —del 15 de enero al 22 de marzo de 2019— se cribaron toneladas de residuos en busca de un rastro mínimo. No apareció. Años después, un tribunal condenó a la Dirección General de la Guardia Civil a abonar 72.586 € por aquellas labores extraordinarias de búsqueda en la planta. La cifra, fría, solo certifica el esfuerzo; no devuelve respuestas. 

El sumario reunió piezas inquietantes: el vídeo del carrito; la negativa del sospechoso principal a colaborar en una reconstrucción judicial; itinerarios cruzados por el paseo marítimo; y una maleta de la víctima que cambió de manos antes de desaparecer del mapa. Todo apuntaba a una desaparición violenta; nada alcanzó el umbral probatorio para una condena. 

Con el tiempo, la causa alternó avances y estancamientos. Hubo registros en el hotel en ruinas, inspecciones en descampados, revisiones de contenedores y líneas de costa. La justicia levantó medidas cautelares a alguno de los investigados, en paralelo al desgaste de una instrucción que nunca rompió el muro del “no hay cuerpo”. 

Seis años después, el caso seguía abierto y sin un culpable en prisión. Para sus hijos y para los investigadores, la hipótesis más sólida continúa siendo la misma: Nuria fue asesinada la noche de su desaparición, y su cuerpo fue trasladado y ocultado con método. Lo sostienen la cronología de cámaras y el patrón de movimientos alrededor del hotel y de s’Arenal. 

Ibiza no olvida a las desaparecidas. Cada aniversario devuelve el nombre de Nuria a titulares locales y a las asociaciones que acompañan a familias que viven en pausa. La pieza clave —el paradero del cuerpo— sigue ausente; y con ella, la posibilidad de cerrar el duelo y de transformar las sospechas en certezas judiciales. 


Este no es solo un expediente: es la herida de una mujer que entró en la oscuridad de un edificio vacío y no encontró salida. Si algo enseña el caso de Nuria Escalante es que, a veces, la verdad se esconde a plena vista: en un paseo iluminado, en la cámara que lo ve todo, en un carrito que cruza la madrugada… y en una isla que aún espera que el mar —o la tierra— devuelvan su nombre. 

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