Rafael llevaba años conviviendo con un trastorno mental grave. Según las notas difundidas entonces y recordadas en los llamamientos posteriores, en las jornadas previas había abandonado la medicación y su entorno le instó a buscar atención sanitaria. El último punto fiable lo sitúa “en las inmediaciones del Hospital Los Morales, en la sierra de Córdoba”, a primera hora de ese 1 de septiembre. No hay más después de ese hito.
El lugar del “último avistamiento” no es un matiz menor. Los Morales está en una zona arbolada y quebrada, con accesos que conectan con caminos y pistas de la Sierra cordobesa; fue allí donde se concentraron las primeras batidas y búsquedas informales promovidas por allegados. Las peticiones de ayuda describían un hombre desorientado, vulnerable, que podría no pedir auxilio aunque lo necesitara.
La cronología pública del caso es escueta: desaparición el 1 de septiembre de 2016; avisos y carteles de búsqueda en semanas posteriores; y, con los años, recordatorios periódicos de medios locales que volvieron a sacar su nombre para que no cayera en el olvido. En octubre de 2016, la prensa provincial ya lo citaba como un “adamuceño desaparecido en la capital”, insistiendo en el punto de Los Morales como referencia.
Con el paso del tiempo, y sin indicios materiales (ni ropa, ni enseres, ni movimientos documentales vinculados a él), la familia pidió reactivar rastreos y mantener la investigación viva. Cinco años después, nuevas notas de medios y organizaciones volvieron a fijar el foco: la Sierra, el hospital y la ausencia de señales desde aquel primer día. La fotografía y la descripción se rehicieron para campañas en redes y asociaciones.
En los recuentos de desaparecidos de larga duración de Córdoba, su caso aparece como paradigmático: persona con patología previa, último punto en un entorno sanitario y un territorio que, a poco que te alejes de la carretera principal, se convierte en monte duro. La hipótesis de accidente nunca pudo confirmarse; la de una marcha voluntaria es incompatible con el cuadro clínico descrito. El expediente, a falta de hallazgos, sigue abierto.
También hay un aprendizaje que su familia y los colectivos repiten: cuando el “último lugar” es un centro sanitario o sus cercanías, es vital preservar y revisar de forma rápida cualquier registro de cámaras o accesos, y coordinar a seguridad privada, personal sanitario y fuerzas de seguridad para reconstruir minutos y trayectos. Pasadas las primeras 24–48 horas, esa información se degrada. Es una lección extraída de otros casos similares en la provincia.
Hoy, Rafael Muriel García sigue oficialmente desaparecido. Cada aniversario, los medios comarcales rescatan su nombre y ese ancla repetida —Hospital Los Morales— que funciona como brújula y como herida. En Adamuz, su ausencia es un hilo suelto que nadie ha conseguido rematar con certezas.
Si estabas en la zona de Los Morales o transitaste por la Sierra de Córdoba aquel jueves 1 de septiembre de 2016 y recuerdas algo —un encuentro, un detalle de vestimenta, un itinerario—, tu memoria puede ser la pieza que falta. En desapariciones de larga duración, los casos se resuelven a menudo gracias a testimonios tardíos que encajan datos que parecían menores.
Porque un hombre desorientado que se dirige a un hospital no debería desvanecerse en el trayecto. Ese es el corazón del caso: un destino claro, un último punto verificado… y un camino que, desde entonces, nadie ha conseguido volver a trazar.
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