Suzanne Rees, la pasajera que el crucero dejó en tierra: lo que se sabe del caso de Lizard Island

La mañana parecía de postal en la Gran Barrera de Coral cuando el Coral Adventurer fondeó frente a Lizard Island, un enclave remoto a 27 km de la costa de Queensland. Entre los pasajeros estaba Suzanne Rees, británica de 80 años, que bajó a tierra para una caminata por los senderos de la isla. Al día siguiente, el barco zarpó sin su nombre en la lista de a bordo; horas más tarde, su cuerpo sería hallado junto a un camino.

Según la cronología reconstruida por prensa y autoridades, Rees desembarcó el sábado para una excursión a pie; no regresó al punto de encuentro ni volvió a embarcar. La alerta formal se elevó a la policía el mismo 25 de octubre, cuando la tripulación reportó que una mujer no había retornado al buque; la bajamar, la escasa cobertura y la propia orografía de la isla complicaron el inicio de la búsqueda. 

El hallazgo se produjo el domingo: personal de búsqueda encontró el cuerpo de Rees a pocos metros del sendero que conduce a Cook’s Look —la cima que domina la isla—, en una zona de vegetación baja junto al camino. En un primer momento, la policía estatal calificó la muerte como “repentina y no sospechosa” a la espera del informe del forense. 


Lo que encendió el debate público no fue solo el desenlace, sino las horas perdidas. Distintos medios locales informaron que la desaparición no se notificó de inmediato a las autoridades; en paralelo, el propio barco habría barajado incluso un escenario de “caída al mar”, lo que desvió recursos a un rastreo aéreo antes de concentrarlos en tierra. 

La familia de Suzanne Rees denunció públicamente “fallas” en los protocolos de seguridad y supervisión del operador del crucero. Afirmaron que una pasajera de edad avanzada no debió quedar sin acompañamiento en un entorno tan aislado y exigieron explicaciones sobre los controles de recuento antes de levar anclas. 

Coral Expeditions —la compañía que opera el Coral Adventurer— expresó sus condolencias y dijo estar cooperando con las autoridades. Según los reportes, la empresa defendió sus procedimientos generales, mientras el escrutinio se centraba en el recuento de pasajeros y en la decisión de permitir caminatas autoguiadas en una isla con tramos exigentes, calor intenso y cobertura irregular.


El punto geográfico importa: Lizard Island es un parque nacional con senderos señalizados, pero las ascensiones —como la de Cook’s Look— pueden ser demandantes, con roca expuesta, poca sombra y temperaturas altas incluso en primavera austral. Para excursionistas sin acompañamiento o asistencia, la deshidratación y la desorientación son riesgos conocidos. El lugar exacto donde fue hallada Rees, a unos metros del camino, refuerza la hipótesis de un colapso súbito más que de un extravío prolongado.

A efectos legales, el caso queda ahora en manos del forense de Queensland, que elaborará un informe sobre causa de la muerte y eventuales recomendaciones. La policía ha reiterado que no hay indicios de criminalidad, pero el expediente podría derivar en recomendaciones de seguridad para la industria de cruceros y para operadores que desembarcan pasajeros en entornos remotos. 

Para el sector, el episodio vuelve a poner bajo la lupa protocolos que suelen darse por sentados: briefings de riesgo adaptados a la edad y estado físico, obligación de binomios o guías en rutas exigentes, tiempos máximos fuera de bordo, recuentos redundantes y disparadores para activar búsqueda en tierra antes de considerar otros escenarios. La familia de Rees ya ha pedido cambios concretos; el debate regulatorio apenas empieza. 


En la isla queda el rastro mínimo de una historia que no debió terminar así: un cuerpo hallado a escasos metros de un sendero y un barco que, al volver al mar, dejó una silla vacía. La imagen resume la pregunta central del caso: ¿qué falló entre el “buen viaje” del desembarco y el “todos a bordo” que nunca la contó? La respuesta —y las lecciones— ya no le pertenecen solo a una familia, sino a toda una industria. 

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