Verano de 2000, Punta del Este en plena temporada: música en la rambla, turistas quemados por el sol, luces de boliches que parpadean sobre el agua. Entre esa marea de adolescentes con ganas de estrenar la noche, está Ana Paula Graña Pérez, una chica de Maldonado de apenas 17 años. Sale a bailar un viernes con una amiga, promete volver a casa, incluso ya eligió los regalos de Navidad. Dos décadas después, el caso de la desaparición de Ana Paula Graña sigue siendo uno de los misterios más oscuros del departamento: no hay cuerpo, no hay condenados, no hay una verdad que permita cerrar el duelo.
Ana Paula había nacido el 12 de enero de 1983 en la ciudad de Maldonado. Era hija de Sergio Graña y Belky Pérez, piel blanca, cabello castaño claro, ojos azul celeste, delgada, alrededor de 1,60 de estatura y unos 50 kilos, según la ficha oficial de Personas Ausentes del Ministerio del Interior. Llevaba además un tatuaje en el brazo izquierdo. Estudiaba, no tenía antecedentes de fugas ni de conductas de riesgo llamativas; sus padres la recuerdan como una chica normal, que disfrutaba salir con amigos pero que siempre avisaba o dejaba una nota diciendo dónde estaba.
El viernes 22 de diciembre de 2000 era, en teoría, una noche más. Clases terminadas, calor pegajoso y la promesa de unas fiestas en familia a la vuelta de la esquina. Esa tarde, Sergio la vio barriendo la vereda. “Mirá que estas fiestas las voy a pasar con ustedes”, le dijo su hija antes de irse, como recordaría décadas después en una entrevista radial. Más tarde pasaría por la pizzería Gorlero, donde trabajaba su madre, para avisarle: “mamá voy a bailar y después voy para casa”. No había pelea, ni tensión, ni secretos a la vista. Nada que hiciera sospechar que estaba a punto de convertirse en un nombre eterno en las listas de desaparecidas.
Esa noche, Ana Paula sale con una amiga al local bailable Puerto Luna, en la zona portuaria de Punta del Este. Lleva un pantalón de jean, una musculosa negra y zapatillas deportivas lilas, el uniforme clásico de una adolescente de la época. Algunas versiones sostienen que, a la salida del baile, ambas pasan por la pizzería donde estaba su madre. Otras hablan de un recorrido que incluye la cercanía de otro clásico de la zona, Moby Dick. Lo cierto es que los pasos de Ana Paula se entremezclan con cientos de jóvenes que esa madrugada van y vienen entre el puerto y la avenida Gorlero, hasta que su rastro se corta de golpe.
Testigos coinciden en un punto: aquella noche vieron a Ana Paula con un hombre de alrededor de 30 años, de nacionalidad argentina, que trabajaba como patrón de un velero en Punta del Este. Algunos recuerdan que la joven habló con un “morochito, flaco y alto” cerca de Moby Dick; otros señalan que se la vio alejarse con él. LARED21 recogió otra frase que hiela la sangre: en un momento, Ana Paula habría dicho “me siento mal, me voy para mi casa”. Esa casa, en Maldonado, nunca la volvió a ver entrar por la puerta.
La desaparición se vuelve evidente cuando amanece y Ana Paula no regresa. Sus padres empiezan a llamar amigos, a preguntar, a reconstruir esa noche a ciegas. Como ocurriría con otros casos de desaparecidos en democracia, la familia denuncia, pero la respuesta inicial no está a la altura. Años después, la propia jefa de Policía de Maldonado de la época, Graciela López, reconocería que en el caso de Ana Paula Graña “se perdió mucho tiempo” y no se apeló a todos los recursos que podían haberse usado desde el primer momento. Mientras los rumores crecían, las horas clave se diluían sin un operativo contundente.
Durante los primeros años, la investigación pasó por varios juzgados y acumuló declaraciones, sospechosos y teorías, pero ningún avance sólido. Se indagó al entorno cercano, a chicos que estuvieron esa noche con ella, a trabajadores de la zona portuaria y, por supuesto, se intentó seguir el rastro del hombre argentino del velero, que dejó su trabajo un día después de la desaparición. Nunca fue ubicado para declarar. En paralelo, algunos investigadores del recién creado Departamento de Registro y Búsqueda de Personas Ausentes llegaron a plantear, en 2004, que podría tratarse de una ausencia voluntaria, una hipótesis que su familia siempre consideró ofensiva y desconectada de la realidad de Ana Paula.
Con el paso del tiempo y la falta total de pruebas, el expediente comenzó a girar hacia lo que muchos llamaron “la zona del misterio”. El parapsicólogo Marcelo Acquistapace, conocido por colaborar con la policía en otros casos, se involucró en la búsqueda. En 2005 señaló un predio de OSE en el barrio San Rafael, en Punta del Este —un enorme tanque de agua en desuso y sus alrededores— como posible lugar donde estarían enterrados los restos de la joven. La noticia ocupó titulares: un vidente decía haber “percibido” los últimos minutos de Ana Paula en aquel lugar.
En un primer momento, las tareas en el predio se limitaron a revisar cámaras y pozos, sin excavaciones profundas. La familia insistió durante años en que se removiera toda la zona. Recién en 2014 se realizaron excavaciones más amplias en el área del tanque de OSE, impulsadas por la presión de los Graña Pérez. No se halló ningún resto humano vinculado a ella. Para los padres, cada pala que no encontraba nada era una mezcla de alivio y frustración: querían que su hija no estuviera enterrada allí… pero también necesitaban una respuesta.
En torno al caso Ana Paula Graña Pérez se han levantado tres grandes teorías. La primera, ya casi descartada por la familia, habla de una fuga voluntaria: que la chica habría escapado con alguien, quizá con el argentino del velero, para empezar otra vida. Sus padres la rechazan frontalmente; recuerdan que ella estaba ilusionada con pasar las fiestas con ellos, que ya había elegido sus regalos y que jamás dejó de avisar dónde estaba. La segunda hipótesis es la trata de personas, en línea con otros casos de mujeres desaparecidas en Maldonado en los años 90 y 2000, como María Margot Umpiérrez, Silvia Fregueiro o Alexandra Jacqueline Mesa Baeza, todas tragadas por la nada sin rastro alguno.
La tercera teoría, la que más fuerza ha cobrado con los años, es la más brutal: Ana Paula habría sido asesinada y enterrada en algún lugar de Punta del Este. La sospecha se apoya en ese hombre argentino que desaparece de la escena justo después, en la imposibilidad de interrogarlo, y en la intuición dolorosa del propio Sergio Graña, que ha dicho en entrevistas que, de acuerdo con su teoría, su hija no está viva. Aun así, cada noche deja puertas y ventanas abiertas hasta que se acuesta: en el subconsciente, admite, “uno espera que de repente aparezca”. Es la contradicción cruel de estos casos: estar convencido de lo peor y, al mismo tiempo, no poder dejar de esperar lo imposible.
El expediente de Ana Paula también quedó marcado como uno de los “casos perdidos” por fiscales que trabajaron en él. El fiscal Juan Gómez, conocido por investigaciones emblemáticas en Uruguay, mencionó años después que el cuerpo de Ana Paula nunca apareció y que sus agresores tampoco fueron identificados. Su nombre figura junto a otros casos que dejaron heridas abiertas en la justicia uruguaya, como el de la niña Brissa González. Es el reconocimiento implícito de que, a pesar de los esfuerzos, el sistema fracasó en darle una respuesta concreta a esta familia.
En diciembre de 2024 se cumplieron 24 años de la desaparición de Ana Paula Graña. Medios de Maldonado como FM Gente volvieron a hablar con su padre, que recordaba esa última frase, la escoba en la vereda, los preparativos de Navidad. La nota subrayaba algo demoledor: después de casi un cuarto de siglo, la causa sigue abierta y sumida en el misterio, sin una sola prueba definitiva que permita afirmar si fue asesinada, traficada o escondida bajo otra identidad. Mientras tanto, el Ministerio del Interior mantiene su ficha activa en la web de Personas Ausentes: foto, descripción física y un llamado a cualquiera que pueda aportar información.
Hoy, hablar del caso de Ana Paula Graña desaparecida en Punta del Este es hablar de una noche que se repite como un bucle en la memoria colectiva: el puerto lleno, un boliche llamado Puerto Luna, una adolescente que dice que se siente mal y que se va para su casa… y nunca llega. Es también hablar del terror de las desapariciones en democracia, de chicas que se esfuman en ciudades turísticas donde todo parece ocio y glamour, pero donde también se pueden esconder redes de explotación, agresores impunes y errores de investigación que cuestan vidas. Ana Paula tendría hoy cuarenta y tantos años; en las fotos oficiales sigue congelada en los 17.
Si estás leyendo esto desde Uruguay o desde fuera, y alguna vez escuchaste algo sobre aquella noche de diciembre de 2000, cualquier detalle —por insignificante que parezca— puede importar. El Ministerio del Interior pide que, si alguien tiene información sobre el paradero de Ana Paula Graña Pérez, se contacte con el Registro y Búsqueda de Personas Ausentes (tel. +598 2030 4638, mail infoausentes@minterior.gub.uy) o llame al 911. Hasta que una pista rompa el silencio, ella seguirá siendo la chica que salió a bailar a la zona del puerto y se desvaneció entre las luces de Punta del Este, convertida en una pesadilla que aún hoy pesa sobre Maldonado cada vez que se encienden las luces de un boliche frente al mar.
0 Comentarios