Calvià, Mallorca — la tarde en que Malén Ortiz desapareció entre dos cámaras


Calvià, 2 de diciembre de 2013. Es lunes, las 15:30 de la tarde. Malén Zoe Ortiz, 15 años, sale del instituto de Son Ferrer con su monopatín verde, los cascos puestos y la rutina de cualquier adolescente que vuelve a casa después de clase. El plan es sencillo: pasar por su piso en Magaluf, avisar al portero que dirá a su padre dónde estará, y luego ir a comer a casa de su novio en Son Ferrer. Un recorrido corto, conocido. Un recorrido del que nunca regresó.

Malén había nacido en Mendoza (Argentina) y llevaba años viviendo en Calvià con su padre, Alejandro, y su hermano pequeño; su madre, Natalia, residía en la Península. Era una chica de 15 años, delgada, pelo largo oscuro, muy unida a su familia, aficionada a la música y a patinar. Ninguno de sus padres describió nunca conductas de fuga, conflictos graves ni adicciones: por eso, desde el primer momento, la idea de una desaparición voluntaria sonó como algo imposible.

Aquella tarde, tras salir del centro educativo, Malén se dirige primero a su casa, deja cosas, habla con el conserje y le pide que avise a su padre de que irá a comer a casa de su novio. Después toma la carretera que conecta Magaluf con Son Ferrer, una vía transitada donde hay cámaras de tráfico y comercios. La última imagen clara de Malén es la de una adolescente en monopatín avanzando por el arcén, en plena luz del día, rumbo a una comida que nunca llegó a celebrarse.


La clave del caso está en apenas 400 metros: el tramo ciego entre dos cámaras, un pequeño vacío tecnológico en la zona de Son Ferrer. Entre una grabación y otra hay un hueco de unos diez minutos y un puñado de vehículos que pasan por allí en ese intervalo. En algún punto de ese pasillo de asfalto, según los investigadores, es donde Malén se esfuma sin dejar rastro. De un fotograma a otro, desaparece del mapa.

Cuando su padre vuelve a casa y no la encuentra, comienza la inquietud. No contesta. No vuelve. En pocas horas, la familia presenta denuncia y el 112 activa un dispositivo de búsqueda: patrullas de la Guardia Civil, Policía Local, voluntarios, Protección Civil y personal de emergencias se despliegan por Son Ferrer, Magaluf, descampados y caminos secundarios. Cada minuto que pasa sin noticias hace más grande el agujero.

Los primeros días de enero de 2014, un mes después de la desaparición, el dispositivo especial continúa peinando la zona: fincas, pozos, torrentes, cunetas. No hay señales de lucha visibles en la carretera, nadie escucha gritos, nadie ve un forcejeo claro. La noticia salta a medios nacionales; se difunden carteles con su foto y sus señas físicas, se revisan contenedores, obras y cauces de agua. Las autoridades insisten: no se descarta nada, pero la prioridad es localizarla viva.

Con el paso de las semanas, los investigadores se inclinan por una hipótesis principal: una desaparición forzosa, probablemente un secuestro relámpago desde un vehículo que se detuvo junto a ella, en ese tramo ciego entre cámaras. La familia descarta que se haya ido por voluntad propia; no hay movimientos en redes sociales, ni de dinero, ni llamadas a amigos que apoyen la teoría de una fuga. “A Malén no se la tragó la tierra; alguien se la llevó”, repetirá su entorno durante años.


La Guardia Civil trabaja varias líneas: el entorno cercano, posibles depredadores sexuales con antecedentes en la zona y conductores que pasaron por la carretera en esa franja de tiempo. Se revisan teléfonos, matrículas, testimonios y rumores. Pero el “monstruo” nunca toma forma jurídica: nadie es detenido, no hay pruebas suficientes para imputar a un sospechoso concreto, y la investigación se vuelve un laberinto de indicios incompletos.

En septiembre de 2019 llega un mazazo para la familia: el juzgado decreta el sobreseimiento provisional del caso por falta de nuevos indicios sólidos. La causa se archiva de forma técnica, aunque la desaparición sigue activa. Para la madre de Malén, Natalia Rodríguez, es un golpe brutal: no ha podido ni siquiera acceder todavía a todo el sumario por retrasos en la digitalización, y siente que le cierran la puerta sin haber escuchado toda la verdad.

A pesar del archivo, los esfuerzos no se detienen. En marzo de 2023, una nueva información lleva a la Guardia Civil a registrar a fondo una finca cercana al lugar donde fue vista por última vez la adolescente. Con perros especializados, georradar y maquinaria pesada, los agentes excavan durante días. El operativo se cierra “sin resultados relevantes”, pero revela algo importante: los investigadores siguen trabajando en silencio, aunque el procedimiento judicial esté formalmente en pausa.


En paralelo, se pone el foco en cerca de 300 vehículos registrados por las cámaras de la zona de Son Ferrer en los minutos críticos en los que Malén se esfuma. Matrícula a matrícula, conductor a conductor, la Guardia Civil intenta reconstruir quién pudo cruzarse con ella en ese pasillo de 400 metros donde deja de existir para el sistema. El trabajo es lento, titánico; más de una década después, algunos conductores incluso han fallecido. Pero en esos coches podría estar la clave.

Mientras tanto, cada aniversario, Calvià recuerda a Malén: concentraciones, minutos de silencio, velas encendidas en Son Ferrer y Magaluf. Asociaciones como QSDglobal y SOS Desaparecidos mantienen su ficha viva, la prensa local y nacional repasa el caso como “una de las desapariciones más inquietantes de Mallorca”, y programas de investigación reconstruyen una y otra vez la ruta del monopatín verde y la adolescente que nunca llegó a comer con su novio.

Para su familia, no es un caso mediático: es una vida rota en dos. Su madre y su padre han hablado ante cámaras, en actos públicos y en charlas sobre personas desaparecidas, pidiendo que nadie olvide el nombre de su hija. Piden algo que parece sencillo y, a la vez, gigantesco: saber qué pasó, dónde está, quién se la llevó. Tener un lugar al que llevar flores. Cerrar un duelo que lleva más de una década suspendido en el aire.


“Una chica de 15 años no desaparece sola a las tres y media de la tarde en una carretera llena de coches”, repiten. Y esa frase resume el miedo de todo un país: que el trayecto más cotidiano, el que hacemos sin pensarlo, pueda esconder un agujero negro. El caso de Malén Ortiz no es solo un misterio sin resolver en Mallorca; es la sombra de todas las adolescentes que salen del instituto, del trabajo o de una parada de bus… y que deberían llegar siempre a casa.

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