Juan Antonio Sánchez Sánchez: la noche en el pub Drácena que acabó en desaparición y condena sin cadáver en Almería


Era sábado 19 de diciembre de 2009. Almería olía a Navidad temprana: comidas de empresa, quedadas de amigos, copas en los pubs de la zona de Oliveros. Aquel día, Juan Antonio Sánchez Sánchez, ejidense de 38 años, se fue a la capital a hacer justo eso: comer con amigos, alargar la tarde, tomar unas copas y volver a casa. Tenía trabajo estable, pareja, familia muy unida, patrimonio y planes. Sobre el papel, lo último que cabía esperar era que esa noche se convirtiera en el inicio de uno de los casos de desaparición más inquietantes de Almería, un caso que terminaría con una condena durísima… pero sin cuerpo. 

Antes de ser “el desaparecido de Drácena”, Juan Antonio era el pilar de los suyos. Trabajaba en una asesoría inmobiliaria y también llevaba la empresa familiar, gestionaba cuentas, inmuebles y el día a día económico de la familia. Vivía en El Ejido, mantenía una relación sentimental con una persona de Granada y, según subraya la Fiscalía, no había nada en su vida que hiciera pensar en una marcha voluntaria: dos trabajos fijos, propiedades, buena relación con padres y hermanos, amigos en Almería y Granada. Era, en resumen, un adulto arraigado, con demasiado que perder como para desaparecer por decisión propia. 

El 19 de diciembre quedó a comer con amigos en la capital. Algunos vivían en Granada y, cuando terminó la comida, se marcharon. Juan Antonio se quedó con dos amigas y alargaron la noche en un pub de ambiente en la zona residencial de Oliveros, el Drácena, local muy conocido entre el colectivo gay almeriense. Vestía vaqueros oscuros, jersey blanco de punto con rayas rojas y azules y cazadora oscura; conducía un Audi A3 negro 1.9 TDI, matrícula 3499 FPS. Sobre las dos o dos y media de la madrugada, dijo que al día siguiente tenía planes, se despidió de las amigas, salió del pub y caminó hacia el coche, aparcado a unos 200–300 metros, en la zona de los juzgados. Nadie volvió a verlo. 


El domingo 20 pasó sin noticias. El lunes, Juan Antonio no se presentó a trabajar. Su hermana fue la primera en sentir el nudo en el estómago: empezó a llamar a amigos, compañeros, familia, a cualquiera que pudiera decir “sí, lo vi ayer”. Nadie sabía nada. Una amiga aseguró haber visto su Audi A3 al día siguiente de madrugada, circulando a gran velocidad por Oliveros, conducido por un hombre moreno, de tez oscura, probablemente magrebí. Esa imagen —un coche conocido en manos de un desconocido— fue lo bastante inquietante como para que la familia acudiera de inmediato a la Policía Nacional para denunciar la desaparición.

La respuesta institucional refleja otra época. En 2009, los protocolos eran distintos: al tratarse de un adulto, se hablaba de esperar 72 horas para registrar la denuncia formal, de “darle tiempo a aparecer”. La familia insistía, pero la maquinaria iba lenta. Según relataría después su cuñada, Maribel, la investigación arrancó con retraso y durante demasiado tiempo se centró en su vida privada y en su orientación sexual: un hombre que frecuentaba un local de ambiente, ¿se habría ido con alguien voluntariamente?, ¿habría decidido “empezar de cero”? Mientras se especulaba, las horas clave se escurrían. 

Cuando por fin se activó el dispositivo, ya era una carrera a contrarreloj. Se pidió ayuda a la asociación SOS Desaparecidos y al grupo de rescate GRYBE, que movilizaron voluntarios de media España. El 11 de enero de 2010, más de un centenar de personas —familia, amigos, Protección Civil de Roquetas, El Ejido y Vícar, Cruz Roja Marítima, bomberos de Guadix y un equipo venido desde Madrid— peinaban Roquetas de Mar, costa y alrededores en batidas masivas bajo el frío invernal. Ni rastro de Juan Antonio. Ni una prenda, ni un documento, ni el coche. El Audi A3 desapareció con él.


La clave del caso Juan Antonio Sánchez desaparecido en Almería estaba dentro del Drácena. La policía reclamó las grabaciones de las cámaras de seguridad del pub. Allí vieron algo inquietante: un hombre lo seguía, lo vigilaba, lo “acechaba” en la jerga de los investigadores. Se trataba de J.T., de nacionalidad marroquí, con amplio historial delictivo, conocido por incidentes relacionados con robos y prostitución masculina. Ya en 2007 se le había vinculado con la desaparición de otro joven, un ciudadano ecuatoriano, Ángel Benjamín C.C., cuyo cuerpo nunca apareció pero cuyas pertenencias fueron halladas después en casa de J.T. 

Las sospechas se dispararon cuando varios testigos colocaron a ese hombre siguiendo a Juan Antonio al salir del pub y, al día siguiente, conduciendo a gran velocidad el Audi A3 por la zona. En la investigación del caso del ecuatoriano, la Policía Nacional llegó a recuperar el turismo de esa primera víctima, aparcado a apenas 50 metros de la vivienda de J.T., con la matrícula cambiada por la de otro coche “inservible” que constaba a su nombre. Dentro del domicilio, hallaron objetos personales del desaparecido. La dinámica se repetía: chico que desaparece tras quedar con el mismo hombre, silencio total del sospechoso, uso de sus vehículos y robo de pertenencias. 

En 2013, el caso llegó por fin a juicio. La Sección Primera de la Audiencia Provincial de Almería sentó en el banquillo a J.T. acusado de dos delitos de detención ilegal, dos delitos de robo con violencia y un delito de falsedad en documento oficial, por las desapariciones de Ángel Benjamín (2007) y de Juan Antonio (2009). El fiscal pidió 27 años y nueve meses de prisión. La sentencia acabó imponiendo 25 años y nueve meses de cárcel: diez años por cada desaparición, un año por hurto, un año y nueve meses por falsificación y tres años por robo con violencia. No se le condenó por asesinato porque no había cuerpos, solo una montaña de indicios. 


Para la familia, aquella fue una victoria amarga. Se sintieron aliviados al escuchar una jueza decir en voz alta lo que ellos llevaban años gritando: que J.T. era responsable de la desaparición de Juan Antonio. Pero al mismo tiempo sabían que el punto central seguía igual de oscuro: ¿dónde está su cuerpo? A petición de sus allegados, un juez declaró oficialmente fallecido a Juan Antonio, un paso legal que ayudaba en trámites pero que dolía como una puñalada. “Es un dato muy importante para asumir que no está vivo”, explicaba su abogada, mientras la familia repetía que no descansaría hasta darle sepultura. 

Con los años, el caso se convirtió en símbolo. La familia abrió un blog dedicado a Juan Antonio, colgó fotos, reconstrucciones de aquella noche y llamamientos a cualquier posible testigo. Medios como Diario de Almería, Diario de Sevilla, Noticias de Almería o 20minutos han retomado la historia en aniversarios clave, y espacios especializados en desaparecidos —como el podcast “Desaparecidos” de Canal Sur o “Diario de ausencias” de RNE— han dado voz a su cuñada Maribel para contar, una y otra vez, aquella cena, aquel pub, aquel coche y aquel sospechoso que no ha querido decir dónde están los cuerpos. 

El caso de la desaparición de Juan Antonio Sánchez Sánchez en Almería es hoy un ejemplo de dos cosas: de lo que puede hacerse bien… y de lo que se hizo tarde. Bien, porque finalmente se tiró del hilo, se rescataron las imágenes del Drácena, se investigó a fondo al sospechoso, se conectaron dos desapariciones y se consiguió una condena sin cadáver, algo poco habitual en España. Tarde, porque las 72 horas de espera para adultos, el peso de los prejuicios sobre su vida privada y la lentitud inicial en revisar cámaras probablemente costaron pistas que ya nunca se recuperarán. No es casual que RTVE use este caso para insistir en la importancia vital de las cámaras de seguridad en las primeras horas tras una desaparición urbana. 


Mientras tanto, el cartel de SOS Desaparecidos sigue activo: “Juan Antonio Sánchez Sánchez. Desaparece el 20/12/2009 en Almería. 38 años, 1,75 m, 70 kilos, pelo corto y liso castaño, ojos marrones, complexión normal”. Legalmente está fallecido; emocionalmente, para los suyos, sigue desaparecido hasta que alguien diga dónde está. Su familia no habla de cierre, sino de justicia completa: que el condenado hable, que señale un cortijo, un paraje, un punto en el mapa donde por fin poder llevar flores. Hasta que eso ocurra, Juan Antonio será el hombre que salió de un pub de ambiente en Oliveros una madrugada de diciembre para ir a por su Audi A3… y se evaporó en una ciudad llena de cámaras.


Si alguna vez viviste en Almería, frecuentaste la zona de Oliveros o el pub Drácena en aquellos años y recuerdas algo —una discusión en la puerta, un coche negro a alta velocidad, un comentario sobre un chico que “no volvió a casa”—, por insignificante que parezca, puede importar. Cualquier información sobre el caso Juan Antonio Sánchez desaparecido en Almería puede comunicarse a SOS Desaparecidos (teléfonos 649 952 957 / 644 712 806) o a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Porque en esta historia ya hay un culpable condenado y una muerte reconocida, pero sigue faltando lo esencial: el cuerpo de Juan Antonio Sánchez Sánchez y la posibilidad, mínima y brutal, de que su familia deje de vivir en esta pesadilla suspendida entre una puerta que se cerró en el Drácena… y un regreso que nunca llegó.

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