Krystal Surles: la niña que caminó con la garganta abierta y señaló a un asesino

La medianoche entre el 30 y el 31 de diciembre de 1999, en Del Rio (Texas), dos niñas dormían en una pequeña casa de campo. Krystal Surles, 10 años, pasaba la noche con su mejor amiga, Kaylene (“Katy”) Harris, 13. Afuera sonaban cohetes por el fin de siglo; dentro, todo era calma. Hasta que un intruso forzó el silencio con un cuchillo en la mano. 

El hombre era Tommy Lynn Sells, un vagabundo violento al que años después apodarían el “Coast-to-Coast Killer” por su rastro de ataques a través de varios estados. Aquella noche se deslizó hasta la cama de Kaylene y la apuñaló con saña; después cortó de lado a lado el cuello de Krystal, convencido de que la había rematado. No sabía que acababa de cometer su error más grande. 

Krystal despertó en un charco tibio, sintiendo que el aire no pasaba. Con las manos apretadas sobre la herida, cruzó descalza la oscuridad y caminó tambaleándose casi medio kilómetro hasta una casa vecina. La puerta se abrió y una voz llamó al 911. Aquella niña de 10 años sobrevivió con la tráquea seccionada, y sus primeras palabras fueron apenas un hilo: “mató a mi amiga”. 


En el hospital, mientras los médicos peleaban por su vida, Krystal describió al agresor con una claridad que heló a los agentes. Con su testimonio, un dibujante forense elaboró un retrato que inundó Val Verde County. Sells fue detenido el 2 de enero de 2000; en los interrogatorios acabaría admitiendo el crimen y reconstruyéndolo en vídeo. 

El caso llegó a juicio con una prueba que ningún jurado suele olvidar: la superviviente. Krystal relató lo ocurrido sin apartar la mirada. El 20 de septiembre de 2000, un jurado de Del Rio lo condenó a muerte por el asesinato de Kaylene Harris; más tarde recibiría otra condena a cadena perpetua en un segundo caso. El “coast-to-coast killer” sumaba 22 víctimas confirmadas y decenas de crímenes que dijo haber cometido. 

Sells agotó recursos durante años. El Tribunal de lo Criminal de Apelaciones de Texas rechazó sus alegatos de hábeas corpus, y la maquinaria judicial siguió su curso. El 3 de abril de 2014, Texas ejecutó a Tommy Lynn Sells por inyección letal, después de que el Tribunal Supremo de EE. UU. rehusara intervenir. La sentencia que lo llevó al corredor de la muerte tenía dos nombres: Kaylene… y Krystal. 


La historia de Krystal no terminó en el quirófano. Años después, contó su experiencia en “Live to Tell: Krystal’s Courage”, de CBS, y volvió a describir la noche en la que perdió una amiga y ganó una voz. Su testimonio se usa en cursos de investigación para mostrar cómo una declaración de superviviente puede sostener un caso incluso cuando el asesino intenta borrar huellas. 

La cronología es implacable: noche del 30–31/12/1999, ataque en Del Rio; 2/01/2000, arresto; 20/09/2000, condena a muerte; 03/04/2014, ejecución en Huntsville. Entre medias, los investigadores ataron el modus operandi de Sells con otros homicidios a lo largo de EE. UU., reconstruyendo una ruta de violencia que había permanecido a la sombra durante dos décadas. 

Krystal, que tenía 10 años cuando le cortaron la garganta, se convirtió en símbolo de resistencia. Su caso recuerda que, a veces, la prueba definitiva no es un ADN ni una cámara: es una voz que decide hablar incluso cuando duele. En su boca, la palabra “asesino” tuvo el peso exacto para detener a un depredador ambulante. 


“Le cortó el cuello para silenciarla, y fue su voz la que lo condenó.” La historia de Krystal Surles no es un cuento de terror: es una lección de coraje. Donde un monstruo quiso terminar el año con sangre, una niña abrió el nuevo milenio con justicia. Y con su testimonio, paró a un asesino que caminaba entre nosotros. 

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