La desaparición de Miguel Ibarra Jiménez: el vecino de Cazalilla que se perdió entre la romería y la carretera



La tarde del 14 de mayo de 2023, Cazalilla estaba de fiesta. Era día de romería, caminos llenos de gente, música, polvo en las botas y vasos alzados al cielo. Entre quienes disfrutaban de la jornada estaba Miguel Ibarra Jiménez, vecino del pueblo, 61 años, rostro conocido en cada esquina. Al caer la tarde, mientras la mayoría emprendía el regreso a casa, Miguel se fue apagando entre los caminos rurales que conducen hacia el término de Villanueva de la Reina. Nadie imaginaba que, esa tarde, alguien lo estaría viendo por última vez.

Miguel no era un desconocido para nadie: hombre de 1,65 m, complexión corpulenta, pelo canoso con calvicie parcial, ojos marrones y bastón negro siempre a mano para ayudarse al caminar. Aquel 14 de mayo vestía zapatos negros, pantalón vaquero corto color mostaza, polo rosa de manga corta y gorra azul, una imagen que se grabaría en la memoria del pueblo y en los carteles que más tarde inundarían las redes.

La última referencia clara lo sitúa en las inmediaciones de la carretera A-6075, ya en término municipal de Villanueva de la Reina, a apenas unos kilómetros de Cazalilla. En algún punto entre los olivares y la cinta gris de asfalto, el rastro se cortó. No fue una despedida, no hubo mensaje ni llamada. Sólo un hombre que se alejaba con un bastón negro en la mano y que, de pronto, dejó de estar.


Las primeras horas fueron de confusión. Se pensó que quizá había regresado por otro camino, que estaría con algún conocido, que aparecería al amanecer. Pero la noche pasó, el teléfono no sonó y las sillas en casa siguieron vacías. La familia dio la voz de alarma y la Guardia Civil activó la búsqueda: patrullas por la A-6075, revisiones de cunetas, fincas y caminos agrícolas, un rastreo que pronto quedó desbordado por la geografía abierta de la campiña jiennense.

Conforme corrían los días, Cazalilla entera se organizó para peinar el terreno. El 21 de mayo se convocó una gran batida popular: la cita fue a las 9:00 de la mañana en el aparcamiento del Hotel Payber, en Villanueva de la Reina. Desde allí, vecinos, voluntarios, Protección Civil y agentes de la Guardia Civil salieron a caballo y a pie para registrar márgenes de la carretera, olivares y veredas, con la esperanza de encontrar a Miguel o, al menos, una pista que guiara el siguiente paso.

La alerta no tardó en saltar más allá de la comarca. La asociación SOS Desaparecidos publicó la ficha oficial de Miguel Ibarra Jiménez, con referencia 25-09491, detallando fecha de desaparición (14/05/2023), edad (61 años), descripción física completa y la ropa que llevaba, incluida la gorra azul y el bastón negro. QSDglobal y otros colectivos sumaron la difusión en redes, radios y medios, convirtiendo el rostro de Miguel en una presencia constante en los muros digitales.

Radio Nacional de España, a través de su “Servicio de búsqueda”, dedicó también espacio al caso, pidiendo colaboración ciudadana para localizar a Miguel y recordando su edad, lugar de desaparición y el dato clave: visto por última vez el 14 de mayo en Cazalilla, Jaén. La voz que describía su ausencia sonaba serena pero cargada de urgencia, como quien sabe que el tiempo es un enemigo silencioso cuando alguien se esfuma.


Sin embargo, las batidas fueron infructuosas. Ni en la zona indicada junto a la A-6075, ni en los alrededores de Villanueva de la Reina, ni en los caminos que enlazan con Cazalilla apareció ropa, bastón, documentos o restos que permitieran afirmar qué le pasó. El terreno, lleno de olivos, desniveles, acequias y arroyos estacionales, ofrecía demasiados escondites a una desaparición que nadie lograba explicar.

En mayo y junio de 2023, la Cadena SER y otros medios provinciales recogieron la preocupación creciente del municipio. El alcalde de Cazalilla, Manuel Jesús Raya, pidió públicamente colaboración ciudadana, recordando la ropa que llevaba Miguel y la última localización conocida. Las redes de Protección Civil de Villanueva de la Reina reforzaron el mensaje, insistiendo en que cualquier detalle, por mínimo que fuese, podía marcar la diferencia.

El tiempo siguió pasando. En otoño de 2023, QSDglobal hablaba de “cinco meses sin rastro de Miguel Ibarra Jiménez”, recordando que su familia lo seguía buscando y que la etiqueta “desaparecido” no debería convertirse jamás en una sentencia definitiva. En marzo de 2024, un reportaje sobre desapariciones sin respuesta en la provincia de Jaén volvió a colocar su nombre en primera línea: el vecino de Cazalilla al que se vio por última vez junto a la carretera A-6075 y cuyo caso continuaba, literalmente, en punto muerto.

En junio de 2025, otro balance periodístico sobre personas desaparecidas activas en Jaén lo recordaba de nuevo: “Era 14 de mayo de 2023 cuando Miguel Ibarra Jiménez, vecino de Cazalilla de 62 años, fue visto por última vez durante una romería; su figura se perdió entre los caminos rurales que separan su pueblo del vecino término de Villanueva de la Reina”. Dos años después, la frase seguía siendo la misma: “se le vio por última vez…”. Lo que vino después continúa sin escribirse.

En ausencia de datos oficiales, las hipótesis se mueven entre lo posible y lo insoportable. ¿Un desvanecimiento o caída en una zona de difícil acceso, escondido por la maleza o un desnivel? ¿Un accidente cerca de una acequia o cauce oculto? ¿Un encuentro con terceros del que nadie ha hablado? No hay indicios que apunten con fuerza a una desaparición voluntaria: no hay movimientos bancarios reseñados ni señales de una vida reconstruida en otro lugar en la información pública conocida hasta hoy.


Mientras tanto, Cazalilla convive con una silla vacía. En bares y plazas se sigue hablando de Miguel en presente, como si pudiera aparecer en cualquier momento, apoyado en su bastón negro, pidiendo un café y disculpándose por la preocupación. La Guardia Civil mantiene el expediente abierto, y su nombre sigue en las listas de desaparecidos activos de Jaén: un hombre de 61 años que salió de una romería una tarde de mayo y no encontró el camino de vuelta.

La desaparición de Miguel Ibarra Jiménez no es solo un misterio en mitad de los olivares; es el retrato de un pueblo que busca a uno de los suyos y de una familia que, cada 14 de mayo, vuelve mentalmente a aquellos caminos entre Cazalilla y Villanueva de la Reina. Porque a veces, la pesadilla no es lo que vemos, sino lo que no sabemos. Y hasta que alguien diga qué ocurrió junto a la A-6075, el eco de su nombre seguirá resonando entre la romería, la carretera… y el silencio.

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