Diego Morales González, “el Gato”, tenía 46 años cuando se le perdió la pista el 23 de junio de 2021 en Cambil, un pueblo encajado entre montes en la comarca de Sierra Mágina (Jaén). Salió de casa, como tantas otras tardes, y desde entonces nadie ha podido decir con certeza dónde está ni qué le ocurrió. Su nombre se ha convertido en uno de los mayores enigmas recientes de la crónica de desaparecidos en Andalucía.
Diego era un hombre conocido en el pueblo: de complexión delgada, alrededor de 1,60 m, pelo castaño, ojos marrones, carácter reservado y vida discreta. Vecinos y familiares repiten el mismo apodo cuando hablan de él: “el Gato”. Vivía solo, en Cambil, y encadenaba trabajos esporádicos. No tenía grandes lujos ni rutina de oficina, pero sí un territorio muy marcado: el bar, las calles de siempre, los mismos caminos de la sierra.
Meses antes de desaparecer, le habían diagnosticado una cirrosis hepática. Según su familia, necesitaba revisiones médicas continuas y tratamiento, lo que hace casi imposible imaginar una marcha voluntaria prolongada sin dejar rastro sanitario. Esa fragilidad de salud es uno de los factores que más angustia a su hija, Ilda María, y que lleva a los investigadores a considerar a Diego una persona especialmente vulnerable desde el minuto uno.
El 23 de junio de 2021 fue, en apariencia, un día más. Algunos testimonios recogidos por la prensa apuntan a que Diego habría tenido una fuerte discusión con varios vecinos del pueblo, un encontronazo que él mismo habría comentado a su entorno en días previos. Nada está probado judicialmente, pero esa posible pelea se ha convertido en una sombra más dentro del rompecabezas: un conflicto reciente, un hombre enfermo, un pueblo pequeño donde todos se cruzan.
Lo más inquietante es que, tras ese día, Diego se esfumó sin que nadie diera inmediatamente la voz de alarma. Acostumbrado a una vida poco estructurada, su ausencia no encendió todas las sirenas desde el primer momento. No tenía pareja estable en el pueblo, vivía solo, y quienes lo veían a diario tardaron en asumir que ya no era “uno de sus días raros”, sino algo mucho más grave: llevaba demasiado tiempo sin aparecer por los mismos sitios de siempre.
La denuncia formal no llegó hasta el 30 de julio de 2021, más de un mes después de la fecha en que se le vio por última vez. Fue su hija, Ilda María, que vive fuera de Cambil, quien dio el paso tras días sin poder hablar con él y sin obtener respuestas convincentes. Cuando llegó al pueblo y confirmó que nadie sabía dónde estaba su padre, entendió que no era un simple silencio: era una desaparición. Desde entonces, Ilda se ha convertido en la cara visible de la búsqueda.
Una vez activado el protocolo, la Guardia Civil desplegó un dispositivo de búsqueda que se fue intensificando con el paso de las semanas: primero patrullas a pie y en vehículo por el casco urbano y sus alrededores, luego rastreos más amplios por caminos, fincas y cortijos de difícil acceso. El Ayuntamiento de Cambil se volcó en facilitar logística y en pedir voluntarios. Se organizaron batidas vecinales por los montes cercanos, incluyendo zonas de olivar y barrancos.
El dispositivo se reforzó con medios especiales: helicóptero del servicio aéreo de la Guardia Civil, unidad canina especialista, efectivos de seguridad ciudadana y el Grupo de Rescate e Intervención en Montaña (GREIM). Desde el aire se peinaron laderas y barrancos; desde tierra, los perros siguieron rastros entre matorral y piedra. El resultado fue demoledor: ni una prenda, ni un rastro orgánico, ni un objeto personal atribuible sin duda a Diego. El monte guardaba silencio.
Mientras las montañas seguían mudas, la búsqueda se trasladó también al mundo digital. La asociación SOS Desaparecidos difundió la ficha de Diego Morales González con sus señas físicas y la fecha de desaparición: 23/06/2021, Cambil (Jaén). QSDglobal lo incorporó a sus campañas, recordando cada aniversario que “Diego tenía 46 años cuando desapareció” y que seguía siendo uno de los casos abiertos más dolorosos de la provincia. Grupos de WhatsApp y redes sociales coordinaron voluntarios, avistamientos y batidas.
Los años han pasado y la investigación se mantiene técnicamente abierta, pero sin avances públicos significativos. No hay constancia de movimientos bancarios posteriores a la desaparición, ni de actividad en su teléfono, ni de uso de documentación en servicios sanitarios. La falta absoluta de “vida digital” apunta a dos grandes caminos: un accidente fatal en zona inaccesible o la intervención de terceras personas. Ninguno de los dos ha podido confirmarse con pruebas.
Las hipótesis se mueven entre el monte y el pueblo. ¿Pudo sufrir una caída en un barranco, quedar oculto por la vegetación o entre rocas, lejos de los senderos habituales? ¿Pudo marcharse en coche con alguien, sin dejar rastro en cámaras ni testigos claros? ¿Pudo aquella supuesta pelea previa tener algo que ver con su final? La Guardia Civil no ha señalado públicamente a nadie como investigado de forma firme, y el caso avanza entre diligencias que, de momento, no han dado el giro que su familia necesita.
Para Ilda María, su hija, la desaparición de su padre es un duelo congelado. “Seguimos buscando a mi padre”, decía apenas dos meses después, cuando aún se mantenían batidas a diario y los helicópteros sobrevolaban Cambil. A día de hoy, casi cuatro años después, el mensaje es el mismo: no hay cuerpo, no hay despedida, no hay verdad. Solo un hueco en la silla, una voz que falta en las reuniones familiares y un apodo —“el Gato”— que se pronuncia en presente, porque declararlo muerto sería renunciar a encontrarlo.
La desaparición de Diego Morales González se suma a otras ausencias dolorosas de la provincia de Jaén, como la de María Josefa Padilla, y ha convertido a Cambil en un punto fijo del mapa de la España que busca a sus desaparecidos. En cada aniversario, QSDglobal y SOS Desaparecidos recuerdan su nombre e insisten en lo esencial: cualquier mínimo dato, cualquier recuerdo de aquella tarde de junio de 2021, puede ser la grieta que rompa el muro del misterio.
Señas para no olvidar: Diego medía alrededor de 1,60 m, era de complexión delgada, pelo castaño y ojos marrones. Al desaparecer tenía 46 años, vivía en Cambil y era conocido por todos como “el Gato”. Si estuviste en el pueblo o en sus alrededores en torno al 23 de junio de 2021 y recuerdas algo —una conversación, un coche, un gesto extraño—, la Guardia Civil y las asociaciones de desaparecidos siguen esperando tu llamada. Porque mientras no aparezca, la pregunta seguirá clavada en la sierra: ¿dónde está Diego Morales González?
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