Comenzó entonces una búsqueda de horas, a pie de monte y entre bancales. La madre acabaría señalando el terreno alrededor de la casa. Allí, a poca distancia uno del otro, los agentes hallaron dos fosas poco profundas, cubiertas con tierra y hojas: dentro estaban los cuerpos de los menores. El hallazgo confirmó lo peor y convirtió Godella en sinónimo de conmoción.
Los primeros atestados recogieron un cuadro de delirios místico-religiosos y consumos que venían de atrás. Informes psiquiátricos incorporados al sumario describieron en María un brote psicótico: voces, ideas de “renacer” y una cosmovisión que mezclaba sectarismo y reencarnación. La Fiscalía apuntó además la influencia/manipulación del padre sobre la madre.
La pericial forense fue clave en el juicio: los dos niños murieron por golpes de gran violencia, tras un episodio nocturno que culminó con su entierro en el exterior. El jurado asumió que ambos progenitores participaron, impulsados por esas creencias místico-religiosas que habían colonizado el hogar.
El 10 de junio de 2021, un jurado popular declaró culpables a ambos. Y el 16 de junio, la Audiencia de Valencia impuso 50 años de prisión al padre —dos delitos de asesinato— y absolvió penalmente a la madre por eximente completa de anomalía psíquica, ordenando su internamiento en un centro psiquiátrico. Era la primera gran respuesta judicial al horror.
La defensa recurrió. El TSJ de la Comunidad Valenciana confirmó la sentencia en diciembre de 2021, ratificando el relato de hechos probados: los progenitores asesinaron a golpes a sus hijos bajo una motivación místico-religiosa; la madre actuó inimputable por enfermedad mental; el padre recibió la pena máxima acumulable.
En diciembre de 2022, el Tribunal Supremo zanjó la última vía: avaló íntegramente las decisiones anteriores, incluido el internamiento psiquiátrico de la madre y los 50 años para el padre. Con ello, la verdad judicial de Godella quedó firme.
A la distancia, la cronología hiela: aviso vecinal, madre en un bidón, cuerpos en el terreno, informes sobre delirio y fanatismo, y una justicia que tardó años en cerrar el círculo. En medio, detalles que explican la magnitud del caso: sangre y tierra en prendas, peritos que describen violencia extrema, y un hogar atrapado por la irracionalidad.
El expediente dejó, además, preguntas sociales: cómo detectar a tiempo brotes psicóticos con riesgo para menores; cómo actuar cuando creencias sectarias sustituyen a la realidad; y qué coordinación sanitaria, educativa y policial puede evitar que la alarma llegue tarde. Godella se convirtió en advertencia y en duelo colectivo.
Hoy, las lápidas de dos criaturas recuerdan que la línea entre fe y delirio, amor y daño, puede romperse sin ruido. Y que, cuando eso ocurre, solo queda la memoria y un compromiso: no mirar hacia otro lado. Porque el país que tembló con Godella aprendió que la verdad tarda, pero debe llegar.
0 Comentarios