Macastre: tres adolescentes, una caseta en la partida de Cuerna y un caso que aún duele en Valencia

Los nombres que quedaron escritos en Macastre son Rosario Isabel Gayete Muedra (15), Francisco Valeriano Flores Sánchez (14) y María Pilar Ruiz Barriga (15). La tarde del 14–15 de enero de 1989 tomaron un autobús rumbo a Catadau para pasar el fin de semana en el monte. Nunca llegaron a casa. 

Cinco días después, el 19 de enero, un agricultor abrió su caseta de labranza en la partida de Cuerna (Macastre) y encontró el cuerpo de Rosario recostado sobre una cama. No había signos claros de violencia externa; la autopsia no pudo fijar con certeza la causa de la muerte y barajó incluso una intoxicación, un extremo que jamás quedó cerrado. Era el primer golpe de una secuencia que estremecería a la comarca. 

El 27 de enero apareció en Valencia ciudad un pie seccionado envuelto en papel de periódico, hallado en la calle Alcácer. Meses más tarde se atribuiría a Pilar. Ese hallazgo, tan macabro como enigmático, alimentó durante décadas teorías y comparaciones con otros crímenes, pero nunca trajo una prueba procesal. 


El 8 de abril, a unos 400 metros de la caseta, un vecino que buscaba espárragos localizó el cadáver de Francisco, tendido boca abajo sobre un plástico y junto a una vela partida. Tampoco entonces los forenses pudieron concluir la causa de la muerte. La montaña guardaba su silencio. 

El 26 de mayo, unos niños hallaron en la partida Calahuet (Turís) el cuerpo de Pilar en avanzado estado de descomposición. Presentaba mutilaciones: faltaban la mano izquierda y el pie derecho, este último seccionado con instrumento mecánico. Fue el único caso con violencia evidente; los otros dos seguían envueltos en dudas periciales. 

La Guardia Civil rastreó pistas: un jornalero conocido como “Miguelo” al que situaban charlando con las chicas en un bar de Catadau, un aviso anónimo que señalaba a un toxicómano apodado “Wichita”, y un puñado de indicios que nunca cruzaron el umbral de la prueba. Se tomaron declaraciones, se reconstruyeron recorridos, se peinaron barrancos. El sumario quedó abierto… y se enfrió. 


A comienzos de los 90 y tras el caso Alcàsser, algunos medios especularon con “conexiones” por coincidencias geográficas y temporales —incluso por la dirección de calle Alcácer en el hallazgo del pie—, y mencionaron los nombres de Antonio Anglés y Miguel Ricart. Pero no hay resolución judicial que vincule formalmente ambos expedientes: son crímenes distintos, con hechos y víctimas diferentes, y sin imputaciones firmes en Macastre. 

Treinta y tantos años después, el caso Macastre sigue sin autor. Las autopsias confusas, la pérdida o degradación de algunos indicios y el tiempo erosionaron las posibilidades de cierre. La memoria de la comarca reclama una revisión con técnicas actuales de ADN y microtrazas, un estándar que en 1989 apenas era incipiente. 

Lo que sí sabemos: los tres adolescentes —vecinos de entornos humildes del área de Valencia— desaparecieron tras dirigirse a acampar; Rosario apareció primero en Macastre; Francisco, después, cerca de allí; Pilar, finalmente, en Turís. Ninguna de esas escenas se transformó en una prueba irrefutable que llegara a juicio. El expediente pervive como crimen sin resolver en la hemeroteca valenciana. 


Macastre no es un mito: es una ausencia con nombres y fechas. Rosario, Francisco y Pilar no regresaron, y el monte aún guarda respuestas que nadie ha sabido arrancarle. Reabrir con metodología moderna no devolverá la vida, pero puede devolver lo único que falta desde 1989: una verdad verificable que quite al viento la última palabra. 

Publicar un comentario

0 Comentarios