La tarde del 3 de noviembre de 2009, Manuel Ríos Cruz —25 años, vecino de Alcalá de Guadaíra (Sevilla)— disfrutaba del puente junto al mar. Minutos después, su voz llegó rota al teléfono de su madre, Remedios: “estamos a la deriva… apunta las coordenadas”. Fue su último contacto. Desde entonces, el caso quedó suspendido entre dos orillas: la costa de Málaga/Almería y el norte de África.
Según relató la familia, Manuel había viajado a Málaga para pasar unos días con un amigo; ninguno de los dos era especialmente aficionado al mar. Aquella tarde, desde una embarcación de recreo, llamaron a Remedios y le dictaron coordenadas. Ella activó el aviso a Salvamento Marítimo. La llamada se cortó enseguida y el móvil de Manuel quedó apagado para siempre.
Los equipos de rescate se dirigieron a la posición exacta y localizaron una barca bocabajo “entre Granada y Almería”, según contó la familia. Tuvieron que repostar y, al regresar, la embarcación ya no estaba. A partir de ahí, se activaron rastreos a gran escala que incluyeron la costa andaluza y vigilancias en Marruecos, Argelia y Francia, sin resultados. No hubo cuerpo ni restos identificados.
La prensa local recogió el caso desde el primer momento: dos jóvenes sevillanos desaparecidos en alta mar tras salir desde Málaga, con familias pidiendo que la búsqueda no se limitara al agua. La hipótesis de un derrumbe de motor y deriva prolongada convivió con la posibilidad de que el viento y la corriente los empujaran fuera de zona. Nada cristalizó.
En los meses y años posteriores, la familia de Manuel siguió tocando todas las puertas. Hubo nuevas batidas en tierra y mar, y hasta desplazamientos a hospitales y cárceles del Magreb por si alguno de los tripulantes hubiese aparecido sin documentación. Fue un calvario sin pistas firmes, sostenido por el impulso de QSDglobal y una red de familias de desaparecidos.
Catorce años después de la desaparición, una crónica recordó, con palabras de Remedios, la frase exacta de aquella llamada y el detalle que siempre les dolerá: que el aviso inicial fuese a la madre y no directamente a los servicios de rescate. La nota también recogía la información recibida por la familia aquella madrugada: la barca volcada vista y luego desaparecida. El rompecabezas seguía igual de incompleto.
En octubre de 2023, otro reportaje volvió a ordenar la línea temporal: la llamada del 3 de noviembre de 2009, las coordenadas dictadas, la deriva en mar abierto y la búsqueda que no cuajó. El texto confirmó, además, la identidad y perfil de Manuel: 25 años, trabajador (albañil y portero de discoteca), y un hijo y una familia pendientes de su vuelta.
A nivel oficial, la ficha de SOS Desaparecidos mantiene activo el caso: fecha 03/11/2009, 25 años, 1,80 m, complexión atlética, tatuajes (“rostro de su madre en el pecho; ‘Ángel’ y ‘David’ en los brazos”). Es la referencia estable para difundir su imagen y características físicas ante cualquier posible indicio.
En 2025, el Día de las Personas Desaparecidas sin causa aparente volvió a poner su nombre en titulares andaluces. La familia pidió más atención policial y mediática para casos antiguos que nunca se cerraron del todo. Porque, sin escena ni restos, la prueba biológica que ancla un relato no existe; y con el tiempo, los rastros se diluyen.
Lo cierto, a día de hoy, cabe en pocas líneas: última llamada el 3 de noviembre de 2009 con coordenadas; barca bocabajo avistada y luego no localizada; búsquedas en mar y en tres países sin hallazgos; y ninguna evidencia recuperada que explique qué ocurrió. Manuel Ríos Cruz sigue desaparecido. Para su madre, la consigna no cambia: mientras quede aire, seguirá pidiendo lo imposible y lo justo a la vez —que el mar devuelva una respuesta.
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