La tarde del 2 de mayo de 2015, Socorro Pérez, 43 años, salió de su piso en Mariñamansa (Ourense) para hacer ejercicio, como cada día. Llevaba ropa deportiva y su móvil. A los pocos minutos, su teléfono dejó de dar señal y su rastro se disolvió en el entorno del Monte do Seminario. Cuando no acudió a su turno en la gasolinera, saltaron todas las alarmas.
Seis días de búsqueda removieron sendas, ribazos y taludes. El 6 de junio de 2015, tres vecinos/voluntarios localizaron un cuerpo entre maleza y hojarasca, guiados —contaron— por aves que sobrevolaban en círculos. Era Socorro. El hallazgo se produjo en una zona ya rastreada, a muy poca distancia de caminos transitados, lo que alimentó la idea de un autor que conocía el terreno.
La autopsia fijó una conclusión seca: traumatismo craneoencefálico severo por golpe contundente —posiblemente piedra o palo—, con la cabeza apoyada contra el suelo. La muerte fue violenta y se situó en los primeros días de mayo, muy cerca del momento de su desaparición. No hubo robo. No hubo señales que apuntasen a otra causa de muerte.
El escenario complicó la lectura de los hechos. El cuerpo apareció desnudo y parcialmente cubierto con ramas, y las mallas deportivas estaban bajadas a los tobillos; ese dato abrió la hipótesis de una agresión de índole sexual. Sin embargo, no hubo vestigios biológicos que lo confirmaran: el avanzado estado de descomposición impidió acreditar ese extremo. La posibilidad quedó como línea de trabajo, no como hecho probado.
La investigación desplegó recursos masivos: más de un millón de comprobaciones telefónicas en seis meses, batidas repetidas y cribas de ADN por centenares. El esfuerzo, sin embargo, chocó con una pared: no apareció un perfil genético utilizable, y ningún testimonio situó a un sospechoso con garantías. Ourense se volcó en homenajes, pero el expediente seguía sin un nombre propio para el autor.
En los meses posteriores, la familia elevó su dolor a exigencia pública: pidieron impulso investigador y respuestas sobre líneas concretas. En paralelo, los peritos dibujaron un perfil criminal duro —gran fuerza física, descarga de violencia súbita— a partir del tipo de lesiones craneales. El caso crecía en atención mediática a la vez que se encogía en pruebas sólidas.
Con el paso del tiempo llegaron los tiempos procesales: el 21 de junio de 2018, el juzgado archivó provisionalmente por falta de autor conocido, advirtiendo que la policía seguiría trabajando si surgían indicios nuevos. La noticia cayó como un jarro frío, y la familia denunció “falta de interés” institucional. Pese al archivo, equipos especializados de Madrid volvieron a Ourense semanas después para peinar líneas residuales.
A partir de 2020, cada aniversario reavivó el foco: reportajes, concentraciones y llamadas a no dejar morir el caso. En diciembre de 2023, la prensa local recordó las claves forenses y el vacío probatorio que aún persiste, símbolo de un crimen “a la vista de todos” sin autor. La herida, más que cerrada, quedó cauterizada por la memoria vecinal.
En mayo de 2025, el décimo aniversario trajo de vuelta la misma pregunta de 2015: ¿quién golpeó a Socorro en la cabeza y la ocultó a escasos metros de sendas transitadas? Los resúmenes periodísticos enfatizaron lo esencial: no hay detenidos, no hay móvil probado, no hay ADN concluyente. La investigación sigue sin rostro.
El caso Socorro Pérez expone, con crudeza, los límites de una investigación cuando el tiempo y la intemperie borran huellas. Sin rastro genético, sin testigo directo y sin una escena protegida en las primeras horas, la justicia avanza a base de indicios que no alcanzan el estándar de la sala. Lo que sí permanece es el compromiso cívico: cada 2 de mayo y cada 6 de junio, Ourense vuelve al Monte do Seminario para recordar que una ciudad entera camina por Socorro.
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