Llano de Brujas, una pedanía de Murcia donde el vecindario todavía se saluda por el nombre, se despertó el 1 de abril de 2025 con una noticia que dejó el aire pesado. Una niña de cinco años, identificada públicamente como Nadia en varias coberturas, perdió la vida en un domicilio y el caso empezó a leerse con esa sensación amarga de que algo venía torciéndose desde antes, aunque por fuera la vida siguiera pareciendo “normal”.
Ese día no fue una tarde cualquiera. Según informó la prensa, la menor fue hallada sin vida en la pedanía y la Guardia Civil centró rápidamente la investigación en la expareja de la madre, un hombre que ya no formaba parte de ese hogar, pero que seguía rondando la vida de la familia como una sombra que se niega a irse.
La madre —citada en RTVE como madre adoptiva— había puesto fin a la relación tiempo atrás, pero él no aceptaba la ruptura, según el testimonio que ella misma compartió. Esa frase, “no lo aceptaba”, suele esconder muchas cosas: insistencia constante, llamadas, presión, miedo, esa sensación de que nunca terminas de cerrar una puerta porque alguien del otro lado insiste en empujarla.
Lo más estremecedor de las primeras informaciones fue una llamada. El País publicó que el hombre telefoneó a la madre y le dijo que la niña “ya estaba en el cielo”. Es de esas frases que se te quedan pegadas, porque convierten un presentimiento en certeza, y porque ninguna madre debería escuchar algo así jamás.
Tras ese aviso, se activó la búsqueda y la reacción policial. Según RTVE, el sospechoso fue localizado y detenido en Torrevieja (Alicante). No estaba ya en Murcia: había huido, como si la distancia pudiera darle tiempo, como si moverse pudiera borrar lo ocurrido.
La investigación se orientó desde el primer momento como un posible caso de violencia vicaria, es decir, el daño ejercido sobre una hija para herir a la madre en el lugar más doloroso. RTVE lo explicó así en su cobertura: una conmoción que no solo golpea a una familia, sino que deja a la sociedad entera mirando el suelo, buscando entender cómo se llega a un punto tan irreversible.
En esos primeros días, circularon datos sobre cómo habría perdido la vida la menor. RTVE mencionó que, “al parecer”, hubo una ingesta de pastillas. En un caso tan sensible, lo más responsable es quedarse con lo que está respaldado por fuentes oficiales y el procedimiento judicial, porque las versiones iniciales pueden cambiar a medida que avanza la investigación forense.
Lo que sí quedó fijado pronto es el movimiento judicial: el 3 de abril de 2025, la titular del Juzgado de Violencia sobre la Mujer nº 2 de Murcia ordenó el ingreso en prisión provisional del detenido. La nota del Poder Judicial indicó que se instruía un procedimiento por asesinato de persona especialmente vulnerable por razón de su edad, además de malos tratos psicológicos y acoso en el ámbito familiar.
Ese mismo entramado judicial confirma algo que la calle a veces olvida: que el daño no empieza el día del desenlace. Antes suele haber un clima. Un desgaste. Un acoso que consume por dentro. Y cuando la justicia menciona “acoso” y “malos tratos psicológicos”, está señalando que el miedo puede existir sin marcas visibles, y que aun así puede terminar empujando a un escenario trágico.
También se conoció un detalle que cambió el relato público inicial. RTVE señaló que fuentes próximas a la investigación decían que no había antecedentes por violencia de género, pero días después El País publicó que el acusado tenía dos condenas previas por violencia machista hacia otras mujeres. Ese contraste muestra por qué los casos evolucionan con el paso de las horas: la información se completa, se verifica y el mapa se vuelve más claro.
El Ministerio de Igualdad condenó el crimen y lo enmarcó oficialmente como violencia vicaria: una niña de 5 años presuntamente asesinada por la expareja de su madre, señalando además que era la primera víctima menor por violencia de género en España en 2025 y recordando el conteo acumulado desde 2013.
Cuando un caso entra en ese registro oficial, se vuelve también un símbolo. Pero Nadia no era un símbolo: era una niña con rutinas pequeñas, dibujos, risas, enfados de cinco años, la clase de vida que debería estar protegida por defecto. Y por eso la palabra “estadística” se siente tan injusta: porque reduce una ausencia inmensa a una línea en un informe.
En Murcia, la conmoción se convirtió en minutos de silencio, flores, abrazos torpes, y esa rabia quieta que aparece cuando el dolor no tiene salida. Pero en privado ocurre lo más duro: la familia intentando respirar en una casa que ya no suena igual, con juguetes que se quedan donde estaban, con ropa que nadie se atreve a mover, con una calma que de calma no tiene nada.
Este caso también deja una alerta para cualquiera que lea: cuando una ruptura viene acompañada de insistencia, control, amenazas veladas, vigilancia, o miedo, no es “drama de pareja”. Es una señal de riesgo. Y si hay menores cerca, el riesgo se multiplica, porque la violencia vicaria existe y busca precisamente eso: castigar a la madre a través de lo que más ama.
Si tú o alguien cercano está viviendo acoso o miedo tras una ruptura en España, hay ayuda incluso aunque no haya denuncia previa. El 016 atiende 24/7 (no aparece en la factura), también el WhatsApp 600 000 016 y el correo 016-online@igualdad.gob.es. En peligro inmediato, 112. Y si lo que preocupa es la seguridad de un menor, se puede pedir orientación urgente a emergencias y fuerzas de seguridad (091/062).
Y si un niño o niña desaparece o no vuelve a casa, existe el 116 000 (línea europea para menores desaparecidos), además del 112 si hay riesgo inmediato. Porque a veces pedir ayuda rápido no es exagerar: es la diferencia entre llegar a tiempo o llegar tarde.
La historia de Nadia en Llano de Brujas no debería haberse escrito nunca. Pero ya está aquí, y contarlo con respeto tiene un sentido: que su nombre no se pierda en el ruido, que la sociedad reconozca las señales antes, y que ninguna madre vuelva a vivir el terror de una llamada que convierte el mundo en un sitio irreconocible.
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