Mueren un niño de 12 años y su padre por posible intoxicación de monóxido en Baltanás (Palencia): la mañana de Navidad que se volvió silencio




La mañana de Navidad, 25 de diciembre de 2025, en una casa de Baltanás (Palencia), un niño de 12 años y su padre de 33 dejaron de respirar aire seguro sin saberlo. No hubo un estruendo que avisara, ni un humo evidente que gritara peligro: solo ese enemigo invisible que se cuela cuando una combustión falla y el hogar, por un instante, deja de proteger. 

El aviso llegó poco antes de las 10:30 de la mañana, desde la calle de la Virgen, pidiendo ayuda para un adulto y un menor que estaban inconscientes. En la misma vivienda, una mujer de 21 años y una niña de 2 mostraban dolor de cabeza, uno de los síntomas más típicos cuando el monóxido está en el ambiente y el cuerpo empieza a quedarse sin oxígeno sin entender por qué. 

Acudieron Guardia Civil, Bomberos y los servicios sanitarios de Castilla y León, con UVI móvil, ambulancias y personal médico de guardia. La escena que encontraron no pertenece al terreno de lo explicable: constataron que el menor ya había perdido la vida allí mismo. A partir de ese momento, todo se convirtió en una carrera contra un reloj que ya había llegado tarde. 

El padre fue trasladado en estado crítico. Algunas informaciones lo sitúan ingresado en el Hospital Río Carrión de Palencia, donde finalmente se confirmó su fallecimiento; EFE indicó su evacuación al Hospital Universitario Marqués de Valdecilla (Santander). Lo esencial, en cualquier caso, es el desenlace: el padre también perdió la vida, dejando un vacío que ninguna explicación técnica logra amortiguar. 


La madre, de 21 años, y la hermana pequeña, de 2, fueron evacuadas al hospital para recibir atención. En estos casos, el cuerpo puede seguir respirando, pero la mente se queda atrapada en un lugar imposible: el instante en que la familia entiende que una casa puede volverse peligrosa sin avisar, y que el día “más familiar” del año puede quebrarse en cuestión de minutos. 

Las primeras hipótesis apuntaron a una intoxicación por monóxido de carbono vinculada al sistema de calefacción o a algún aparato de combustión del inmueble. La Guardia Civil asumió la investigación para aclarar las circunstancias y confirmar el origen exacto del gas. Cuando el monóxido aparece, no solo hay que lamentar: hay que reconstruir, medir, verificar, para que el mismo fallo no se repita en otra puerta. 

Baltanás es un municipio pequeño; por eso, cuando ocurre algo así, el golpe se siente como si el frío entrara por todas las rendijas. No es un suceso “de una familia”: es un shock comunitario. Porque, de repente, cualquiera se pregunta lo mismo: “¿y si hoy le tocaba a mi casa, a mi calefacción, a mi estufa, a mi chimenea?”. 

En las tragedias por monóxido hay una crueldad particular: el gas no tiene color ni olor, y los síntomas pueden confundirse con cansancio, una gripe, una mala noche. Primero aparece el dolor de cabeza, luego el mareo, las náuseas, el agotamiento, la confusión… y, si la exposición continúa, la persona puede desvanecerse sin siquiera entender qué está pasando. 


Por eso, cuando en una casa varias personas se sienten mal al mismo tiempo —especialmente si mejora al salir al exterior— la alarma debe encenderse. No es “sugestión” ni “exageración”: es una señal útil. En el aviso de Baltanás, el dolor de cabeza de dos personas dentro del domicilio fue uno de esos indicios que encajan con este tipo de intoxicación. 

Después llega el otro lado del caso: el humano. Una madre joven y una niña pequeña que sobreviven, pero que quedan atravesadas por una ausencia doble. Y también queda la pregunta que más pesa en las familias: la del “si hubiéramos…”. Si hubiéramos ventilado antes, si hubiéramos revisado la caldera, si hubiéramos notado algo, si hubiéramos llamado unos minutos antes. Esa culpa automática es parte del duelo, aunque no sea justa.

En España, el invierno suele traer consigo el uso intensivo de calefacciones, braseros, estufas y chimeneas. Y con ello, el riesgo. La prevención no es paranoia: es mantenimiento. Revisar calderas, asegurar ventilación, evitar dormir con sistemas inseguros encendidos, y considerar detectores de CO cuando hay aparatos de combustión puede marcar la diferencia entre una noche normal y una urgencia silenciosa. 

Un consejo simple que salva: si sospechas monóxido, no intentes “aguantar” dentro. Abre ventanas, sal al exterior, y llama a emergencias. El monóxido actúa rápido; la respuesta también debe ser rápida. La información oficial de emergencias recuerda síntomas típicos como mareos, dolor de cabeza y vómitos, precisamente porque son la pista más común de un peligro que no se ve. 

La investigación seguirá para aclarar qué aparato falló y por qué. Pero el dolor no espera a los informes. En una casa donde debería haber habido regalos, comida y voces, ahora habrá silencios, trámites, llamadas y habitaciones que costará volver a mirar. Y eso también forma parte de la historia: lo que pasa después, cuando la noticia se va y la familia se queda.


El monóxido es un riesgo conocido, y por eso cada tragedia empuja una responsabilidad compartida: hogares más seguros, revisiones, campañas de prevención, y vecinos atentos a señales raras (mareos colectivos, desvanecimientos, “olor a combustión”, aparatos en mal estado). No es miedo: es cuidado.

Si tú o alguien cercano empieza con dolor de cabeza, mareos o náuseas y hay sospecha de combustión deficiente, salid al exterior y llamad al 112. Y si la situación deja a alguien en crisis emocional por lo ocurrido —porque estas historias golpean incluso a quien solo las lee— en España también existe el 024 para atención en crisis. Baltanás perdió a un niño y a un padre en Navidad; convertir esa pérdida en conciencia práctica es una forma de evitar que otra casa, en otro pueblo, vuelva a quedarse sin aire. 

Leer más

Publicar un comentario

0 Comentarios