Había dejado Córdoba para empezar de nuevo en Europa. Trabajo, estabilidad, un futuro distinto para su hijo pequeño. El nombre de Oriana Rojas, de 29 años, hoy ya no aparece solo en fotos de viajes y cumpleaños, sino en los titulares más oscuros: uno de los casos de violencia de género más recientes y conmocionantes de Alicante y de toda España.
Oriana nació y creció en Córdoba capital. A los 25 años, se casó con Leandro F., también cordobés, y juntos decidieron emigrar a Alicante en 2021, buscando mejores oportunidades laborales y una vida más tranquila. En España nació su hijo, que hoy tiene apenas 2–3 años y se ha quedado sin sus dos figuras más cercanas, convertido de golpe en el centro de una historia que jamás debería haber existido.
En redes, la vida de la pareja parecía un relato de amor clásico: fotos en la playa, mensajes cariñosos, declaraciones públicas de adoración de él hacia ella. Sin embargo, puertas adentro, la relación ya se había quebrado. Medios españoles y argentinos coinciden en que la pareja estaba en trámites de separación, aunque seguían compartiendo piso en el barrio de Carolinas Altas, una convivencia que los expertos describen como una situación de máximo riesgo en contextos de violencia machista.
La tarde del 2 de diciembre de 2025, el hijo de la pareja estaba en la guardería. Oriana y Leandro se encontraban solos en el departamento. A esa hora, un mensaje llegó al teléfono del hermano de ella, en Argentina: “Tu hermana y yo estamos muertos”. No era una metáfora desesperada, ni una amenaza abierta de discusión. Era el anuncio helado de lo que estaba a punto de descubrir la policía minutos después.
Alertado por ese mensaje y por los gritos que algunos vecinos dijeron escuchar desde el exterior, un cuñado forzó la puerta del piso a patadas. Dentro se encontró con una escena devastadora: Oriana tendida en el salón, con múltiples heridas de arma blanca, y Leandro sin vida en el balcón, donde se habría quitado la vida tras el ataque. La investigación policial apuntó desde el primer momento a un episodio de violencia machista seguido de suicidio.
La autopsia confirmó que Oriana había recibido alrededor de diez u once puñaladas, la mayoría dirigidas al pecho, lo que mostró una violencia directa y focalizada. Él, de 34 años, fue hallado colgado en el exterior del mismo domicilio. No constaban denuncias previas en el sistema de protección frente a la violencia de género (Viogén), un detalle que se repite en demasiados casos: el peligro existe, aunque nunca haya pasado por un expediente oficial.
Las autoridades españolas investigan el caso como un femicidio dentro del marco de la violencia de género. De confirmarse, el crimen de Oriana se suma a las cifras de un problema que ya se describe como estructural: sería la víctima número 42 de 2025 en España por violencia de género y la tercera en la Comunitat Valenciana en lo que va de año. Detrás de cada número, hay una historia, una vida migrante, una familia partida a dos orillas del océano.
Alicante reaccionó con un silencio más elocuente que cualquier discurso. El Ayuntamiento decretó luto oficial, las banderas fueron bajadas a media asta y se convocaron minutos de silencio frente al Palacio Consistorial. Amigas de Oriana, vecinas y personas anónimas se reunieron allí, sosteniendo flores, carteles y, sobre todo, la rabia y la impotencia de saber que ella había pedido una nueva vida lejos de casa… y encontró un final trágico en el mismo lugar donde debía sentirse más segura: su hogar.
Mientras en Alicante se guardaban tres minutos de silencio, en Córdoba se difundían videos y fotos de Oriana jugando con su hijo, celebrando su cumpleaños, compartiendo viajes. Las últimas imágenes que ella misma publicó en redes, mostrando momentos felices con el niño, se han convertido en un retrato doloroso de todo lo que la violencia le arrebató a él: una madre presente, sonriente, que se había ido a otro país para darle un futuro mejor.
Los medios también han puesto la lupa en la figura de Leandro: en sus publicaciones, se presentaba como un hombre “ciegamente enamorado”, con mensajes intensos hacia Oriana que hoy se leen con otros ojos. Detrás de lo que parecía una adoración pública podría haber habido control, dependencia y un miedo extremo a la ruptura. Algunos titulares apuntan a que “no pudo soportar que lo dejara”, relacionando la agresión con el proceso de separación en curso.
Mientras la investigación continúa, los detalles oficiales reconstruyen un patrón conocido: una mujer joven, migrante, que había pedido terminar la relación; un hombre que no acepta la decisión; un hogar compartido convertido en escenario final. No había denuncias, no había orden de alejamiento, no había antecedentes registrados. Y sin embargo, el riesgo estaba ahí, invisible, hasta que se hizo imposible de ignorar.
En paralelo, organizaciones y autoridades recuerdan que existen recursos de ayuda: el teléfono 016 en España, canales online y aplicaciones como AlertCops, disponibles las 24 horas para víctimas y entorno cercano. Pero la historia de Oriana vuelve a exponer una pregunta incómoda: ¿cuántas mujeres no llegan a marcar ese número, o lo hacen cuando ya es demasiado tarde?
Hoy, el caso de Oriana Rojas no es solo una noticia de sucesos ni un “femicidio en Alicante” más en las estadísticas. Es la historia de una joven que cruzó un océano buscando vida y terminó convertida en símbolo de un problema que traspasa fronteras, culturas y acentos. Es la historia de un niño que crecerá escuchando quién fue su madre a través de los relatos de otros, y de dos ciudades –Alicante y Córdoba– unidas por un duelo común que nadie habría querido compartir.
¿Cómo se explica que una ruptura, algo tan humano y cotidiano, pueda transformarse en detonante de una agresión letal que arrasa con una familia entera? ¿Y cuántas Oriana más están hoy conviviendo con alguien que ya no acepta un “hasta aquí”, sin saber que ese límite podría convertirse en la línea más peligrosa de su vida?
0 Comentarios