La Donación de Sangre que se Convirtió en una Pesadilla
Cuando fui a donar sangre, nunca imaginé que mi acto altruista se convertiría en una pesadilla aterradora. Entré en el centro de donación con una mezcla de nerviosismo y satisfacción, dispuesto a ayudar a los demás. El ambiente era tranquilo, y el personal médico me recibió con amabilidad.
Después de completar el cuestionario de salud y someterme a los exámenes preliminares, me condujeron a una sala de donación. Allí, un enfermero amable me explicó el proceso y me preparó para la extracción de sangre. Sentado en la silla, observé cómo mi sangre fluía a través de las mangueras y se depositaba en la bolsa.
Todo parecía ir bien, hasta que noté algo extraño. La enfermera que supervisaba el proceso tenía una sonrisa siniestra y sus ojos reflejaban una malicia oculta. Intenté ignorar esa sensación incómoda, atribuyéndola a mi propia imaginación.
Pero a medida que mi sangre fluía, comencé a sentir una debilidad inusual. Mis manos temblaban y mi visión se volvía borrosa. Traté de comunicar mis síntomas al personal médico, pero mis palabras parecían atrapadas en mi garganta. La enfermera siniestra solo sonreía más ampliamente, como si disfrutara de mi angustia.
La habitación empezó a girar a mi alrededor. Mis oídos zumbaban y sentí una presión intensa en el pecho. Mi corazón latía descontroladamente. Aterrado, intenté levantarme de la silla, pero mis piernas se negaban a responder. Estaba atrapado, indefenso ante lo que sea que estuviera sucediendo.
La enfermera se acercó lentamente, sosteniendo una jeringa en sus manos. Sus ojos brillaban con una maldad inhumana. Me di cuenta de que algo estaba terriblemente mal. Intenté gritar, pero solo salió un susurro débil. Ella se inclinó hacia mí y susurró al oído: "Tu sangre nos pertenece ahora".
El terror se apoderó de mí mientras la aguja se acercaba a mi piel. Sentí un dolor intenso cuando perforó mi brazo, pero ya no tenía fuerzas para resistir. Mis fuerzas se desvanecían lentamente mientras la enfermera extraía algo más que sangre de mi cuerpo. El mundo se desvaneció a mi alrededor y caí en la oscuridad.
Desperté horas más tarde en una cama de hospital. Los médicos explicaron que había sufrido una reacción adversa a la donación de sangre y que habían tenido que someterme a una transfusión de emergencia. Pero yo sabía la verdad. Había sido víctima de algo mucho más oscuro y siniestro.
Desde ese día, he desarrollado un miedo irracional a los centros de donación de sangre. Las sonrisas amables del personal médico ahora me parecen amenazadoras. La experiencia me ha dejado marcado de por vida, recordándome que el acto de donar sangre puede tener consecuencias aterradoras cuando te encuentras en las manos equivocadas.
Así que, si alguna vez consideras donar sangre, ten cuidado. No todos los lugares son lo que parecen, y nunca sabes qué horrores pueden aguardarte en la silla de donación.
0 Comentarios