Caso Sandra Palo: la noche que España no olvidó


 Era la madrugada del 17 de mayo de 2003 en Getafe (Madrid). Sandra Palo Bermúdez, 22 años, volvía a casa con un amigo tras tomar algo. En la parada, un coche se detuvo. Cuatro jóvenes la obligaron a subir bajo amenaza de cuchillo. A partir de ahí, el tiempo se rompió para siempre. 

La llevaron hacia la carretera de Toledo (N-401), cerca de Leganés. En ese descampado, tres de ellos la agredieron sexualmente. Cuando Sandra intentó alejarse, decidieron que “no podía vivir para identificarlos”. La subieron al punto de mira del vehículo. 

El conductor, el mayor del grupo, la atropelló repetidas veces. Luego compraron gasolina en una estación cercana, regresaron, la rociaron y prendieron fuego. Al amanecer, un camionero halló su cuerpo medio carbonizado; la cabeza tenía una bolsa grapada al cuello. El Citroën ZX usado nunca apareció. Fue uno de los crímenes más atroces y fríos que recuerde la crónica negra. 


Getafe y Leganés amanecieron con sirenas, cintas de policía y un silencio que solo rompían los titulares. La autopsia habló de atropellos múltiples, fracturas y quemaduras letales. El país entero supo el nombre de Sandra y lo convirtió en promesa de justicia.

La investigación avanzó deprisa. En junio cayeron los cuatro implicados. El único adulto, Francisco Javier Astorga Luque, “El Malaguita”, tenía 18 años y cinco meses. Los otros tres eran menores: Ramón Santiago Jiménez (“Ramón”), José Ramón Manzano (“Ramoncín”) y Rafael García Fernández (“El Rafita”). 

Las sentencias marcaron un antes y un después. A “El Malaguita” lo condenaron a 64 años por secuestro, tres violaciones y asesinato con alevosía y ensañamiento; el Tribunal Supremo confirmó la pena en noviembre de 2005. 


Los tres menores quedaron bajo la Ley del Menor: internamientos de hasta ocho años y posteriores medidas de libertad vigilada. “El Rafita” cumplió cuatro años de internamiento y tres de vigilancia y, ya en libertad, encadenó detenciones; “Ramón” y “Ramoncín” salieron en 2011 tras cumplir su periodo cerrado (con reincidencias posteriores documentadas). En 2024, “Ramón” volvió a ingresar en prisión por un secuestro violento en Madrid. 

El caso agitó a España: manifestaciones, un millón de firmas y una asociación con el nombre de Sandra empujaron el debate para endurecer el marco penal juvenil. Dos décadas después, su asesinato sigue citado como ejemplo de cómo un crimen puede cuestionar leyes enteras. 

Dato clave para no alimentar mitos: el adulto condenado por el crimen de Sandra fue “El Malaguita”. Tony Alexander King —otro asesino británico activo en Málaga— no tuvo relación con este caso; fue condenado por los asesinatos de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes. Mezclarlos solo confunde y hiere de nuevo. 


Lo que nos deja esta historia es más que horror: es un espejo. ¿Qué puede frenar a una “manada” cuando el desprecio por la vida ocupa el asiento del conductor? ¿Cuánto pesa el tiempo en el lado de las víctimas cuando la ley permite que algunos salgan y vuelvan a delinquir? Lo más aterrador no siempre está en la oscuridad: a veces llega en un coche robado, se cuela por una parada cualquiera y convierte una vuelta a casa en una pesadilla que un país no debería olvidar jamás.

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