Acción de Gracias que se volvió despedida: el caso de Kelsey Berreth

 Era piloto, 29 años, una hija de un año y una lista de futuros que parecían inagotables. El 22 de noviembre de 2018 —Día de Acción de Gracias— las cámaras de un Safeway en Woodland Park, Colorado, captaron a Kelsey Berreth con su bebé en brazos, haciendo compras como cualquiera, sin saber que ésa sería su última imagen pública. Esa tarde, según diría después su entorno, se vería con su prometido, Patrick Frazee. Al principio, la ausencia sonó a preocupación familiar; en horas, sería el principio de un crimen que terminaría por desnudar la traición más cercana. 

Cuando la familia no consiguió hablar con ella, la policía siguió el rastro digital y halló algo que partió la cronología: el 25 de noviembre, el teléfono de Kelsey “apareció” a 800 millas de casa, haciendo ping cerca de Gooding, Idaho, y enviando mensajes que fingían normalidad. También hubo “evidencia” en Twin Falls. Nada de eso provenía de Kelsey. El cuadro que emergía señalaba a Frazee: él decía haberla visto para “intercambiar” a la niña aquella tarde; los datos mostraban un guion calculado para estirar la mentira unos días más. 


La versión cruda salió a la luz en una declaración que heló la sala: Krystal Lee Kenney —una enfermera de Idaho vinculada a Frazee— contó que él mató a Kelsey en su propio domicilio, golpeándola con un bate, la tarde de Acción de Gracias. Kenney dijo que viajó a Colorado para limpiar la escena: sangre en paredes, juguetes del bebé manchados. Según la investigación, el cuerpo fue colocado en una gran valija/“tote” negra, guardado en un rancho entre pacas de heno y luego incinerado en una hoguera improvisada. Nunca apareció. En ausencia de un cuerpo, hablaron las fibras, los peritajes y la cadena de compras y movimientos que se clavó en la línea de tiempo. 

El 18 de noviembre de 2019, un jurado declaró a Patrick Frazee culpable de asesinato en primer grado; el juez impuso cadena perpetua sin libertad condicional más 156 años adicionales por otros cargos. Sus apelaciones se han ido cerrando una a una: en diciembre de 2022 la corte de apelaciones mantuvo el veredicto, y en febrero de 2025 el Tribunal Supremo de Colorado confirmó la legalidad de pruebas clave —incluida una entrevista de una trabajadora de servicios humanos— y dejó la condena en pie. La justicia dijo su última palabra; la ausencia, no. 


Kenney, pieza esencial para entender la escena, se declaró culpable de manipulación de evidencias. Su pena inicial de tres años fue anulada por error procesal y, en marzo de 2021, fue resentenciada a 18 meses de prisión y un año de libertad vigilada; al quedar “técnicamente” por encima de su fecha obligatoria de salida, fue puesta de inmediato en libertad condicional. El propio juez subrayó que ella conocía los planes de Frazee y tuvo oportunidades de advertir a Kelsey. La colaboración judicial permitió atar pruebas; el remordimiento no alcanza para curar lo que pasó puertas adentro. 

Entre la sala y el duelo, quedaron las vidas partidas: la hija de Kelsey quedó bajo el cuidado de sus abuelos maternos mientras el caso penal avanzaba; la casa de Woodland Park se convirtió en escenario pericial con paredes que contaban lo que nadie debería ver. La última vez que Kelsey sonrió a una cámara fue en un pasillo de supermercado; lo que siguió —las búsquedas, los pings, las compras de limpieza, la hoguera— rompió la ilusión de que el peligro siempre viene de fuera. En Pesadillas en tu pantalla miramos esa grieta sin apartar la vista.


Porque aquí el monstruo no llegó desde un callejón, sino desde una promesa: un compromiso, una casa compartida, una hija en común. ¿Cuántas veces el peligro se disfraza de amor y de rutina? ¿Cuántas señales ignoramos porque confiamos en quien dice querer lo mejor para nosotros? Kelsey Berreth no murió por azar ni en un lugar remoto: la traición caminó con llave en mano. Y lo más aterrador no es perder a alguien… es descubrir que fue la persona que decía amarte quien planificó tu final. 



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