Era madre de tres niñas, 43 años, y una de esas sonrisas que parecen sostener la casa entera. La mañana del 20 de abril de 2012, su marido, Gerard Baden-Clay, llamó a la policía: dijo que Allison había salido a caminar al amanecer y no había regresado. Mientras daba entrevistas, los agentes ya se habían fijado en algo más que su voz quebrada: arañazos visibles en su mejilla y cuello. “Cortes de afeitado”, aseguró. Un detalle mínimo que pronto se convertiría en grieta.
Durante diez días, Brisbane buscó a Allison como si el mapa pudiera devolverla: patrullas, voluntarios, helicóptero. El 30 de abril, un kayakista halló un cuerpo en la ribera de Kholo Creek, bajo el puente de Anstead, a unos 10–13 km del hogar familiar de Brookfield. La identificación no tardó. La autopsia, en cambio, no trajo la certeza esperada: el estado del cuerpo impedía establecer causa de muerte; sí se descartó que se hubiera ahogado. El silencio científico no aplacó la sospecha.
Mientras el arroyo guardaba secretos, la fachada doméstica empezaba a desmoronarse. En el juicio se oyó el nombre de Toni McHugh —empleada y amante de Gerard desde 2008—, se escucharon los números en rojo de su empresa inmobiliaria, los préstamos a amigos y hasta la consulta a la aseguradora para saber cómo reclamar la póliza… el día después de hallarse el cuerpo. No era solo una crisis matrimonial: era una vida financiera al borde del colapso.
El rompecabezas forense añadió piezas incómodas. Peritos indicaron que los surcos del rostro de Gerard eran “típicos” de arañazos de uñas, no de una cuchilla apresurada. Un botánico señaló que las hojas adheridas al cuerpo coincidían con especies del jardín de la casa, no con las del arroyo. En el garaje, la policía mostró a jurado y prensa un auto con manchas de sangre; y un experto afirmó que Allison no se ahogó. No había una sola escena perfecta: había un mosaico de indicios que, juntos, dibujaban la noche anterior dentro del hogar.
El veredicto fue el desenlace de esa suma. En julio de 2014, un jurado declaró a Gerard Baden-Clay culpable de asesinato y el juez impuso cadena perpetua con un mínimo de 15 años sin libertad condicional. Un año después, la Corte de Apelaciones de Queensland rebajó el fallo a homicidio culposo; la reacción pública fue feroz y la fiscalía llevó el caso a la Alta Corte de Australia. En agosto de 2016, el máximo tribunal restituyó la condena por asesinato. La palabra final volvió a poner nombre a lo ocurrido: no fue accidente.
Quedó la pregunta que define a “Pesadillas en tu pantalla”: ¿cuántas fotos familiares esconden rutinas de control, deudas emocionales y miedo? La familia de Allison levantó una respuesta activa: la Allison Baden-Clay Foundation, campañas como Strive to Be Kind y vigilias que recuerdan que la violencia de puertas adentro se combate a plena luz. Porque el monstruo no siempre viene de fuera: a veces desayuna en tu mesa, sostiene tu abrigo y te despide con besos que no vuelven.
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