El bebé y el lago: la noche en que Jaidyn Leskie dejó de crecer

 


La tarde del 15 de junio de 1997 en Newborough (Victoria) empezó con una decisión sencilla: Bylinda Williams salió con amigas y dejó a su hijo de 14 meses, Jaidyn Leskie, al cuidado de su pareja, Greg Domaszewicz, en la casa de él en Narracan Drive. Era un entorno conocido, un adulto de confianza, una noche que debía ser rutinaria. Horas después, la rutina se quebró: al amanecer, Jaidyn fue reportado como desaparecido y arrancó una búsqueda que durante meses peinó ríos, presas y caminos del valle de Latrobe. Seis meses más tarde, la verdad más cruel flotó en la superficie del Blue Rock Dam.

La cronología de esas horas es áspera. Mientras Domaszewicz cuidaba al niño, Williams estuvo bebiendo con amigos y llamó varias veces para preguntar por Jaidyn; él dio explicaciones contradictorias sobre que se había “golpeado” y luego fue a recogerla a un hotel alrededor de las 2 a. m. Al volver juntos a Narracan Drive, hallaron el frente vandalizado —una cabeza de cerdo arrojada al césped y vidrios rotos—, incidente que el propio Domaszewicz no presenció porque estaba fuera; después la llevó a su casa, y hacia las 5 a. m. ambos se presentaron ante la policía. La escena dejó preguntas inmediatas: nadie entró realmente a la vivienda, y pese al caos exterior, no había evidencias de intrusos en el interior.



El 1 de enero de 1998, picnickers encontraron el cuerpo de Jaidyn en el Blue Rock Dam: estaba dentro de un saco de dormir, atado a una barra de acero. La autopsia estableció traumatismo craneal y un brazo fracturado y vendado; simulaciones posteriores indicaron que para llevar un bulto así a la distancia donde fue hallado, alguien debió meterse al agua al menos hasta la cintura. En paralelo, los investigadores documentaron “detalles húmedos” difíciles de explicar: un monedero de Domaszewicz, hallado en su coche, y billetes mojados recuperados bajo un colchón en su casa. La hipótesis de los rescatistas era brutal y simple: de la orilla al centro del embalse, alguien empujó a Jaidyn a la oscuridad.

La justicia penal llegó primero y se quedó corta: Domaszewicz fue acusado en 1997 y absuelto por un jurado en diciembre de 1998 de asesinato y homicidio involuntario. Años más tarde, el forense de Victoria celebró un segundo inquérito y dictó algo que aún hoy divide: concluyó que Jaidyn murió entre el 14 y el 15 de junio de 1997, “probablemente” en la casa de Narracan Drive, por lesiones en la cabeza; que Domaszewicz “contribuyó” a la muerte al no proporcionar el cuidado y la protección que el bebé requería, y que además se encargó de desechar el cuerpo en el Blue Rock Dam. No dijo si fue accidente o acto deliberado. Legalmente, la absolución penal permanece; moralmente, el dictamen dejó un peso imposible de mover.



La ciencia, que debía aclararlo todo, complicó no poco. El cuerpo conservaba trazas de benzhexol (Artane), un anticolinérgico que consumidores de otras drogas usan a veces para potenciar efectos; por la descomposición no fue posible medir concentración ni origen. Y el hallazgo de ADN femenino en una prenda recuperada con el cuerpo —que parecía apuntar a una tercera persona— terminó atribuido a contaminación de laboratorio, un fiasco que convirtió el “caso Leskie” en ejemplo internacional de cómo el ADN también puede fallar. Sobre la eterna duda de si Jaidyn pudo estar vivo tras su desaparición, el forense fue claro: los indicios apuntan a una muerte cercana al día en que se lo perdió.

Queda lo insoportable: una casa, un niño con un brazo roto y vendado, una noche de versiones cambiantes, una presa fría y un veredicto que no pacifica a nadie. Greg Domaszewicz siempre negó participación; fue absuelto y no puede ser juzgado otra vez por los mismos hechos, aunque el inquérito lo señale como quien se deshizo del cuerpo. Para Bylinda Williams, la pregunta no se mueve ni un milímetro: ¿qué ocurrió realmente dentro de esas paredes?, ¿cuándo se quebró la línea entre el descuido y la tragedia?, ¿por qué —con todo lo que se buscó, midió y analizó— la verdad sigue sin salir a flote? A veces, lo más aterrador no es no encontrar… sino encontrar, y aún así no saber.  



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