El 4 de agosto de 2018, en una masía de Sant Julià de Ramis (Girona), tres inquilinos que llevaban apenas semanas viviendo allí hallaron el cuerpo de una mujer colgada en un cobertizo de aves anexo a la casa. No llevaba documentación. Nadie del entorno decía conocerla. La policía levantó el cadáver y el expediente quedó flotando en una etiqueta áspera: muerte no esclarecida. Aquella mujer —treinta y pocos años, ropa sencilla, sin señales externas de agresión— fue enterrada en una fosa común a la espera de un nombre que no llegaba.
Durante años, el caso durmió en los márgenes: sin DNIs, sin historia clínica, sin familia que la reclamara en España. La línea oficial no cerraba el suicidio, pero tampoco descartaba otros escenarios: no había nota, la escena era extraña, el lugar aún más. La carpeta se archivó como “muerte indeterminada”.
En 2025, una campaña internacional agitó el polvo. INTERPOL había lanzado Identify Me, un llamamiento público para poner nombre a mujeres fallecidas sin identificar en Europa. Entre los casos españoles apareció ES05: “La mujer del cobertizo”. Su ficha incluía descripción, reconstrucción, detalles de la escena… y un dato singular: un tatuaje en el antebrazo con la palabra “éxito” en hebreo. La imagen dio la vuelta al mundo.
El 20 de marzo de 2025, INTERPOL anunció el primer éxito transcontinental de la campaña en España: gracias a una Notificación Negra con huellas dactilares remitidas por la Policía Nacional, las autoridades de Paraguay encontraron coincidencia en sus bases. La “mujer del cobertizo” era Ainoha Izaga Ibieta Lima, 33 años, paraguaya, que había llegado a España unos años antes. El tatuaje y las huellas cerraron el círculo.
Prensa española y extranjera completaron los bordes: Ainoha fue hallada colgada en un gallinero de una masía rural, cerca del río Terri, sin vínculo aparente con quienes ocupaban la finca. Su cuerpo, que había permanecido “sin nombre” casi siete años, pudo ser oficialmente identificado y comunicado a su familia. El Confidencial reconstruyó la localización —Mas Ciurana— y el hecho de que nadie en la casa la conocía; EL PAÍS subrayó que fue el primer caso resuelto en España dentro de Identify Me.
¿Suicidio o algo más? INTERPOL y Policía Nacional hablan de circunstancias no explicadas. La identificación reabrió diligencias para revisar con ojos de 2025 lo hecho en 2018: cotejo ampliado de huellas, verificación de tránsitos, posibles explotaciones laborales, vulnerabilidades migratorias y cualquier lazo que explique cómo Ainoha llegó a un cobertizo donde nadie la conocía. No hay, a día de hoy, elementos públicos que acrediten homicidio; sí los suficientes para no cerrar el caso sin más.
La metodología que la rescató del anonimato importa. Identify Me combina difusión pública, dactiloscopía internacional y, cuando es posible, ADN. En ES05, el match dactilar paraguayo fue clave; la campaña había logrado antes identificaciones en Bélgica y, meses después, otra en España (“la mujer de rosa”, Barcelona, 2005). La lección: las huellas viajan mejor que la memoria, si alguien decide compartirlas.
Detrás de la etiqueta policial hay una biografía rota: migración, trabajos inestables, soledades que no figuran en los partes. La ausencia de documentación, sanidad y escolarización de hijos (si los hubiera) borra a las personas del radar institucional. Cuando mueren, nadie las reconoce. Cuando viven, a veces, tampoco. Ainoha fue invisible en vida y en muerte hasta que la cooperación internacional y un tatuaje dijeron lo contrario.
La identificación devolvió algo más que un nombre: derechos post mortem —repatriar restos, notificar legalmente, cerrar duelos— y la posibilidad de investigar de verdad. La familia en Paraguay no recibió a “la mujer del cobertizo”, sino a Ainoha. Y España dejó de hablar de un cuerpo para hablar de una persona.
Queda la pregunta que no cabe en formularios: ¿por qué llegó allí? Puede que el sumario no halle una mano ajena en la cuerda, pero sí una trama de vulnerabilidad que empuja hacia la orilla a quienes viven sin papeles y sin red. A veces, la justicia no es atribuir culpa, sino admitir la deuda con quienes quedaron fuera del mapa. Siete años fue un cuerpo sin nombre. Hoy, al menos, Ainoha Izaga Ibieta Lima tiene el suyo. Y una historia que, por fin, empieza a contarse.
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