La brisa salada, el rumor constante de las olas y un pueblo que, a esa hora, ya dormía. El 6 de diciembre de 2024, en Emerald Beach (Nueva Gales del Sur), Jacob Partridge —17 años entonces— salió a caminar cerca de las 11 de la noche y se desvaneció en un silencio que nadie ha podido romper. No había mochila ni planes de viaje; según publicaciones de su entorno, incluso dejó el teléfono en casa. Lo último cierto es sencillo y brutal: un chico, una vereda de arena, y la oscuridad.
La respuesta inicial fue masiva. Al día siguiente, comenzó un operativo coordinado por tierra, mar y aire: Marine Rescue NSW, PolAir, unidades caninas, SES, Policía de Rescate y voluntarios locales. Los equipos barrieron la costa con búsquedas en paralelo desde Bare Bluff hasta Macauleys Headland, mientras cuadrillas rastreaban matorrales, senderos y acantilados alrededor de Emerald Beach. Condiciones duras —viento, mar de fondo— complicaron una carrera contra el tiempo que, sin embargo, no encontró nada.
Tras cinco días sin hallazgos, las autoridades suspendieron el rastreo activo y pasaron a una fase de investigación: se revisaron patrones de deriva, se renovó el llamado a posibles testigos y se pidió CCTV de la noche del viernes. La explicación oficial fue tan técnica como descorazonadora: si Jacob está en el agua, el área potencial es inmensa. Aun así, la vigilancia marítima continuó en arroyos y zonas costeras, a la espera de cualquier rastro.
Mientras los partes oficiales se enfriaban, la comunidad se encendió. Sus padres —Liza y Rob— siguieron buscando a diario, organizaron batidas vecinales y mantuvieron vivo el caso con un grupo en redes (“Find Jacob Partridge”), además de una recaudación para costear combustible, mapas, impresiones y equipo de campo. Enero de 2025 trajo nuevas caminatas colectivas y el mismo resultado helado: ninguna pista firme, ni ropa, ni avistamientos verificados.
Las hipótesis se repiten como mareas: una caída en la oscuridad, un golpe de mar, o la posibilidad —no sustentada— de que alguien lo interceptara lejos de las cámaras. La policía no ha presentado indicios de delito ni evidencia que apunte a una marcha voluntaria. Lo objetivo, por ahora, es la ausencia: un último avistamiento a las 23:00, un operativo que agotó el perímetro inmediato y un vacío que ni el océano ni el monte han querido explicar.
Y queda lo que asusta de verdad: las preguntas que no hacen ruido. ¿Qué vio Jacob en ese tramo de costa? ¿Quién fue la última persona que oyó sus pasos sobre la arena? En Emerald Beach, el mar ruge a ratos; lo terrible es cuando se queda quieto… y te das cuenta de que se llevó algo para siempre. Si estuviste allí, si grabaste algo aquella noche o escuchaste una conversación en la línea de playa, habla. En casos como éste, una verdad mínima —un destello— puede partir la oscuridad.
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